Bautismo de mar ribereño

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Javier Chellarám

De los frutos del mar el abuelo cambiaba el dial de su radio con los tientos festeros de las coplas de Rafael Farina hasta el apaño de su navaja con el ancla dibujada, no había navaja más marinera en manos del abuelo cortando las longanizas importadas por el mismo de Almería, entre las mismas con su vino , las habas verdes y para nosotros la botella Casera y allí se nos pasaron las horas a con los temas marineros, los códigos de señales y bolardos, estachas en norays así como los momentos de sus lágrimas cansadas cuando la mar era calma y rabia contenida en la tempestad, la guerra o la incertidumbre porque en esos días, meses y años cuando podía llegar el “ zafarrancho de combate “.

De la teoría a la práctica del dicho al hecho nos dejó un sábado lleno de poesía, porque nos llevó el abuelo por un paseo matutino con sorpresa naval siendo la visita a la Lonja De pescadores y menuda fiesta para mi y mi hermano con aquello de subirnos a una traíña pesquera.

Al abuelo lo respetaban como un viejo lobo de mar y allá que se puso a repasar las artes y aparejos demostrando sus manos y brazos tatuados, los que fueron hechos por el alemán que dibujó en los dos bandos a todos los hombres de la guerra y allá en las dos bandas este que cuenta la historia junto con mi hermano Juan Carlos cobrando cabos y largando estachas como saltarines grumetes, porque el embrujo de la bahía nos hacía chirriar como pavanas, las que divisando su manjar entre boquerones y jurelitos, mi hermano y yo arriamos en banda por tanto amurar el barquito acabamos perdidos de manchas de grasa y petróleo pero tostaos por el sol y oreando un salitre que fue una bendición de sentir la magia por toito el muelle pesquero.

A llegar a casa mi madre se puso de mar gruesa hasta arbolada , allá que el abuelo capeó el temporal como pudo ante el delirio de los pequeños marineros de nuevo cuño en la familia, mi abuelo que corrió escaleras abajo y se fue diluyendo como la silueta del navío por el horizonte como el velero que cruza su mar, nos despedimos por la ventana como señales de lucero y repiques de campana.

Siempre con el vaso de vino como testigo empezamos nuestra charla un día más como el cáliz que bendice la Misa eso era para vivirlo no para contarlo con las emociones y los recuerdos de aquellos tiempos donde hoy se traducen en caballitos con las motos y euforias de juventud no pensamos quizá que tenemos sólo un momento para nuestros momentos inolvidables de la vida.

Así el abuelo me recordaba en sus pláticas las aguas bravas y la bruma, la neblina y los torpedos que rozaron el caso de su barco porque aquel mar también era la lucha por la supervivencia pero siempre decía, que si volviera a nacer que volvería al mar pero sin guerra de por medio.

Al caer el sopor de la tarde decidí entrar en el camarote como llamábamos al cobertizo para dormir y caer en el mullido catre me quedaba embelesado con la cortina, una cortina que tapaba la denominada “reja colorá”, y quedarme embobado mirando el verde de su tela como el mar se pone por septiembre aquella cortina era un pergamino chino, y contemplando su belleza mis ojos eran tornillo en un portalón porque sus murales pintados, tenía a sus pescadores ribereños en mareas celestiales y parecían pintados allá en el mismo cielo. Continuará.

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