Comandantes generales de Ceuta

En el tiempo que Melchor de Avellaneda gobernó los destinos de Ceuta (1695 -1698), se hicieron dos salidas generales al campo enemigo a quemarles los ataques, en cuya dos acciones murieron de nuestra parte una gran porción de las tropas y mucho más de los enemigos

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José María Fortes Castillo

Ya tenemos nuevo gobernador, don Melchor de Avellaneda Sandoval y Rojas, Marqués de Valdecañas. Llegó a Ceuta a mediados de 1695 permaneciendo al mando de la Plaza hasta 1698. Siguiendo la cronología que sobre ellos hizo Lucas Caro, ocupaba el cargo con el número sesenta y cinco en general y el dieciséis entre los gobernadores españoles.

En el tiempo que este caballero gobernó los destinos de Ceuta (relata Lucas Caro), se hicieron dos salidas generales al campo enemigo a quemarles los ataques, en cuya dos acciones murieron de nuestra parte una gran porción de las tropas y mucho más de los enemigos. Siendo por este tiempo Cabo Subalterno D. Francisco Manrique y Arana dispuso se pusiera la primera estacada que circunvalaba el Ángulo de San Pablo, la que nse situó sobre el mismo glacis del ataque que los enemigos tenían inmediato a este baluarte. También se dio principio al foso que llaman de Palomino, desde el flanco o puerta de hierro de este fuerte, para impedir a los enemigos la entrada por la parte de Santa Ana, con cuyo trabajo y porfiada defensa hubo innumerables muertes de una y otra parte y repetidos asaltos de los moros para impedir los trabajos. Pero por mucho esfuerzo que hicieron no pudieron conseguirlo por el continuado fuego de nuestras minas, ejecutando ellos lo mismo con las suyas con el fin de arruinar nuestras débiles fuerzas para introducirse por ellas.

También se dio principio a fortificar la Plaza de Armas con el corte de un revellín delineado por un ingeniero llamado D. Francisco Hurtado, el que no subsistió ni se llegó a edificar, pues mirando con una reflexión se vio que no convenía y en este sitio pusieron los moros cinco morteros para bombas y dieciocho cañones, repartidos en distintas baterías, con los que arruinaron la mayor parte de la población de la Ciudad, por cuya razón dejaron aquel recinto despoblado las más de las familias y se avecindaron en la Almina bajo de chozas y tiendas de campaña. Se hizo inmediato a San Pablo, delante de las cortinas que llamaban de las caballerizas, una pequeña estacada la que se llamó Falsa Braga. Después, habiendo sucedido el ingeniero D. Pedro Borrás proyectó el hornabeque que hoy subsiste y deshizo el antecedente.

Por este tiempo tomó nombre la célebre surtida de Machuca, situada donde está hoy el Ángulo saliente de San Ignacio, por haber por haber muerto en él el cabo de los granaderos D. Juan Machuca en una salida que se hizo, el que habiéndose empeñado demasiado fue cortado por los moros y muerto a cuchilladas, lo que obligó a mayor empeño por retirarlos a la Plaza. También en este tiempo se suscitaron las noticias sobre que los enemigos querían levantar el sitio, comunicadas por los intérpretes D. Alonso Angulo, Ayudante Real de la Plaza y algunos religiosos de Nuestro Padre San Francisco, la que no tuvo efecto y desde luego se atribuyó a máxima de los moros.

Teniendo por este tiempo guerra España con Francia se presentó al frente de esta Plaza una saetía de esta nación armada en guerra; el general mandó salir los bastimentos de esta Plaza y después de una bien reñida pelea la trajeron prisionera, en cuyo combate murió Pedro Camelo, Ayudante de esta Plaza que era quién mandaba esta función.

Sobre esta etapa de la historia de nuestra amada Ceuta, Alejandro Correa de Franca, en su Libro Cuarto, relata lo siguiente: “Gobernando esta Plaza don Melchor de Abellaneda, obtuvo el título de marqués de Valdecañas, y en ella fue su digna esposa la excelentísima doña María Antonia de Arriola. Enfermando esta señora, se consideró preciso para restablecerle la salud, conducir de Gibraltar a Ceuta al anciano médico don Juan Núñez. Para esta diligencia se nombró al ayudante don Fernando Maris que, antes de llegar a Gibraltar, fue cautivo de los moros, que le encaminaron a la trinchera más inmediata al ángulo de San Pablo. Y, por darnos pesar, tuvieron el gusto de que, con argolla y dos ramales de hierro al cuello, le viesen y hablasen a los cristianos. De allí le transportaron a Mequinez. Compadecida esta guarnición de su desgracia, contribuyó con larga limosna para que al año pudiese canjearse con algunos esclavos de la saetía de los azulejos.

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