Quince años de mi vida abuela

Javier Chellarám

Estando el otro día con mi madre, le dije entusiasmado al tener una musa revoloteando las alturas mamá el Patio Morales fue el mejor lugar que estuve en los recuerdos de mi infancia, mi madre me dijo …pero si ya lo escribiste¡

Fue la magia o el pensamiento divino y me quedé dormido con el café suspirando el humo y rezumando olores de tiempos añejos porque ni siquiera contemplar la televisión me impidió el dormirme y quedarme en la retina de mi memoria en aquellos años de asomarnos a la muralla del Recinto contemplando la rocha, porque todo caballa siempre ha tenido la frase “ lo que no valga lo tiramos por la rocha abajo “, pero en aquel lugar había una parte que daba al Patio Morales, curioseamos las tenebrosas rejas de la antigua “ casa de la sal “ y por la calle Espino en casa de doña Angustias pedíamos un duro de chuches y haciendo camino pasamos por casa de Antoñito Guzmán si le dejaban salir, aquello era salir buscando amigos para jugar porque antes era improvisar cualquier entretenimiento con los juguetes del zoco de la plaza.

Las abuelas retiraban las ropas blancas y deslumbrantes lavadas con Gior y escurridas en aquellas tablas de lebrillo siendo por testigo el jabón de lagarto.

La abuela Anica con su vestido negro recogía la caña que sostenía el cordel, cordel que se mecía como las traíñas que roneaban al paso de la almadrabeta, la abuela nos avisaba “ niños no despistarse que voy a freír “ tostones “ que traje del Alquián.

Javi Fernández nos enseñaba su nuevo balón de reglamento mientras la madre Afriquita le avisa que ya mismo le pone el bocadillo para la merienda, suspirando por un duro para entrar al puesto de Encarna, otro duro para caramelos de eucalipto mientras los gatos que paseaban orgullosos por las tejas del puesto, Francisco Carlos “ Kiko “ otrora el terremoto del Patio preguntaba a la abuela Anica, por el abuelo Bernardo para que le ajustase el sedal porque le apetecía aquella tarde un rato de pesca, el abuelo Bernardo era un lobo marino y cualquiera que se preciaba de echar un lance tenía que consultar los sabios consejos del abuelo.

Ana Mesa con su toquilla pasaba a saludar a la abuela y comentaba que hacía calor y que el cielo teñido de rojo lo que hoy es la calima antes era “ la esclavitud “ del cielo, de paso le decía a la abuela “ los niños con la pelota y la solanera del patio “ , luego cuando refresque echaré agua a las macetas.

Ana la de abajo, ve por televisión una corrida de toros y se escucha gritar ante los amagos de cogida al torero, ay Ana que te va a entrar un sofoquín con los toros, Victoria llama al fondo del patio a su hijo Kiko que es la hora del café y que ya le ha planchado el pantalón para irse de paseo, quiere ir al cine a ver películas de kárate, una que echaban en la terraza del Cortijo.

En casa de Maruja Bao, las mujeres de todas las edades entablan tertulias interminables y cotilleos de épocas que se van y tras que vendrán, entre golpes milimétricos de aguja y dedal.

José el de Paca ya va quitando de los clavos de la pared las jaulas de sus canarios, mientras el sol se va desplazando renqueante por los zócalos de cal.

Manolo de Francisca como buen marinero en su murallita casa puerta otea el horizonte, la mar en calma que se recogen las gaviotas atardecer, la familia de Tula va subiendo escalones adornados con macetas y enredaderas que trepan paredes calientes de la solanera agosteña, mientras se esconden las salamanquesas por sus pliegues.

Encarni prepara café con recuerdos añejos y a la mesa asoman galletas María sin olvidar el pan con aceite porque entre charlas de reunión alrededor de la mesa, suenan los cánticos infantiles de los programas de aquella “ sesión de tarde “.

Juan Carlos el hijo de Dolores asoma allá por el Patio con una raqueta y una pelota, causando sensación a los noveles de ese deporte donde escuchábamos a las vecinas decir: “ otro Manolo Santana “porque al día siguiente habíamos estado antes en Radio Self y todos los niños teníamos ya “ raqueta en mano “. Mi hermano Juan Carlos que no se quitaba las botas camperas y un casco de moto venía corriendo de la calle Velarde, había estado en “ ca Paco “ comprando onzas de chocolate Maruja para meterlos en medio bollo de pan, mi hermano traía de los nervios a todas las vecinas escuchando “ niño el pelo que no transpira que va a criar bichos “…y antes del momento divino de la merienda mi abuela me decía pásate por doña Elena Perales la de la Farmacia para recoger un medicamento, mi abuela finalmente entona ese grito de aviso para sus nietos, que vienen los primos de Madrid la semana que viene.

Como la morada estaba con luz tenue de dio a la abuela por encender esa bombilla solitaria para darse cuenta como le brillaba la frente a mi hermano Juan Carlos del sudor de portar un casco simulando un “ cow boy “ urbano y de la risa se cae de espaldas metiendo las piernas en un barreño con el agua limpia y fresquita esperando el jaboneo de quien llegase de terminar la faena marinera desde las claras del día.

A golpe de jaleo mi abuela gritaba ¡ rayo encendido ¡ te voy a dar una capuana como no te estés quieto, finalmente fuimos merendando mientras Ana Mesa sacaba un parchís para una partida con el abuelo Bernardo y las vecinas disfrutando la tarde.

Quince años después esta historia recuerda que una vez un camarero me despertó porque el café seguía calentito pero que le pregunté si hubo en la mesa “ tostones, pan con chocolate, galletas y sudores a la luz de la bombilla “ …

Treinta años de letras y quince años de mi vida que saqué esta historia de un bello rincón que tiene Ceuta mi tierra ese Patio Morales vaya desde aquí mi homenaje a los que allí un día estuvieron y en el cielo juntos están, porque no hay día que me quede con un café con lágrimas en mi cuchara como te dije un día merendamos abuela ...

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