Liderazgo

Pasó el debate sobre el estado de la ciudad y pasó con más pena que gloria, porque lo que se vio aquel día, si es que alguien lo vio, que no es seguro que el interés ciudadano por la política local esté muy vivo, fue una retahíla de discursos más o menos deslavazados, demasiado encorsetados por no atender a lo que el propio debate iba demandando, ceñidos a lo que cada orador había preparado antes de oír al Presidente.
Vivas estuvo fino, como hacía tiempo que no se le veía, aunque el vigente reglamento le deja hablar en pocas ocasiones, dado su papel básico de moderador en los plenos de la Asamblea. Pero este debate de política general, junto con el de presupuestos, le permiten bajar a la tribuna de oradores y poder confrontar sin cortapisas con el resto de portavoces. Y cuando eso pasa, como ocurrió el otro día, las diferencias se agrandan.
Lleva el Presidente soportando, con más o menos estoicismo, las andanadas de unos, de otros y de otra, sin poder replicar, dejando sin respuesta toda clase de acusaciones, críticas y, en no pocas ocasiones, insultos y agravios. Unos por exceso, otros por defecto y otra por costumbre, la han tomado con él. Seguramente insisten en ese mantra o esos mantras, porque creen a pies juntillas en aquel dicho que decía más o menos: “lo que mucho repite la mente, se lo acaba creyendo el corazón”, partiendo del principio que la mente son ellos y el corazón la ciudadanía ceutí, pero no sé si ese pecado de soberbia les va a dar tan buen resultado como esperan. Y digo lo de la soberbia, porque pensar que las encuestas son lo mismo que las elecciones, que las palmadas en el hombro son votos asegurados, o que las alabanzas del momento se van a convertir en cargos públicos en un futuro próximo, puede ser más bien una muestra de bisoña imprudencia, que de la mesura y la inteligencia que se esperan de un verdadero líder político. Ante la matraca reiterada, Vivas apareció como un auténtico líder, y frente al insulto derrochó argumentos y propuestas; ante el oportunismo optó por la crítica suave y elegante y cuando no hubo enfrente ni siquiera algo que llamase la atención, decidió dar alguna que otra lección sobre convivencia, economía y defensa del interés general.
A alguno se le notaba demasiado tenso, con ganas de ejercer de gobierno, pero también actuando de oposición por no se sabe qué interés o qué pregunta no resuelta internamente. Lo que está claro es que soplar y sorber no puede ser y que un gobierno no puede ser bueno y malo a la vez, ni unos presupuestos pueden ser malos y al mismo tiempo votar a favor de ellos, porque, por poner un ejemplo, son los presupuestos los que contienen los recursos asignados al mantenimiento y mejora de nuestros barrios. Si los apoyamos por responsabilidad, no podemos decir sin un ápice de rubor, que el gobierno no atiende las demandas vecinales. Pretender confundir a los ceutíes es una tarea demasiado ardua como para ser fácil. Se puede ir casa por casa prometiendo que si hay un cambio de gobierno todo se va a arreglar, pero eso es una mentira tan grande como un caballo de Troya.
Vivas, a pesar de todo, de la incomprensión y el odio de algunos y la doblez de otros, sigue optando por la convivencia, demostrando que se la cree en primera persona, es decir, practicándola en el sitio más inhóspito que hoy hay en nuestra ciudad: La Asamblea. Y desde la serenidad que da su experiencia, ha optado por no crispar, por dejar que otros crean que van a descubrir las indias (a estas alturas de la historia), por hacerse el sueco (con todos mis respetos a los suecos) y por dar respuesta comedida a quienes sólo practican la insidia, la ignominia y la sinrazón.
Hay una cosa en política que no falla: nadie puede aparentar lo que no es. Es fácil ir por una calle, verla sucia y criticar al ayuntamiento por todo el dinero que se gasta y lo poco que le luce. Igual que ir a una barriada y recoger las quejas de los vecinos, o decir que si yo gobernase hubiese “exigido” al ejército que hubiese parado la invasión de mayo del año pasado. Todo eso lo puede hacer cualquiera, porque el populismo, que no es otra cosa que decir lo que los ciudadanos pueden llegar a comentar entre amigos, no es lo mismo que dar soluciones a los problemas. Imaginemos que somos los capitanes de un barco y nos llega el primer oficial y nos dice: “parece que va a refrescar”, sinónimo en la mar de que empieza a haber mala mar. Y sigue diciendo: “capitán ¿me ha oído?” Y el capitán le contesta: “Pues claro, no soy sordo… ¿Tiene algo más que decirme?” Y el otro acierta a decir de un modo chusco: “Pues yo daría orden de…”
Ya termino, y lo hago con la última respuesta del capitán: “Cuando tenga usted un barco que dirigir”. Desde luego a capitán no se llega por saber cuando va a haber temporal. Hay que saber alguna cosa más, como dar seguridad en esos instantes a toda la tripulación.