La desgraciada singladura de la nao Trinidad

Miguel Ruiz Calderón
El 7 de diciembre de 1521 se aprestaban a salir de Tidore (Molucas) la Victoria y la Trinidad, ambas cargadas de clavo. La Trinidad, una vez hecha a la mar, sufre una vía de agua. Regresa a Tidore y la tripulación tiene que descargar toda la mercancía pues los buzos moluqueños son incapaces de dar con la avería. Una vez abatida en carena para una minuciosa inspección del casco, se constata que las cuadernas están desencajadas, las maderas podridas y agujereadas por la broma, un pequeño molusco que se instala en el casco de los barcos y va perforándolo poco a poco.
La reparación de la Trinidad duraría uno cuatro meses. Mientras, la Victoria ya había partido rumbo a España el 21 de diciembre, haciendo una escala en Timor, antes de su navegación por el Índico.
Solventados los problemas, y vuelta a cargar con 920 quintales de clavo y otras especias, la Trinidad, al mando de Gonzalo Gómez de Espinosa, que fuera anteriormente alguacil de la expedición, zarpa de Tidore con unos 59-60 hombres el día 6 de abril de 1522 cuando ya la Victoria estaba cerca del Cabo de Buena Esperanza. El rumbo tomado fue hacia el este, a través del Océano Pacífico y con la intención de llegar hasta las costas occidentales de Darién (Panamá), y allí descargar la mercancía y transportarla por vía terrestre al otro lado del istmo, en la costa atlántica, para embarcarla de nuevo en una nave con destino a España. Ese era el plan.
Gómez de Espinosa había aprendido junto a Magallanes los más importantes fundamentos del arte de navegar, pero aún así aceptaba los consejos de algunos de sus compañeros que sí dominaban el oficio con absoluta solvencia, tal era el caso del maestre genovés Juan Bautista de Punzorol y del piloto León Pancaldo.

Tras una parada en la isla de Quimor, todavía en el archipiélago de las Molucas, a 1º de latitud norte, alrededor del 20 de abril, y aprovechando los últimos días del monzón occidental, se hacen de nuevo a la mar pero enseguida la Trinidad recibió vientos contrarios que ralentizaban la navegación. Punzorol dirige la nave hacia el Norte, donde esperaba encontrar vientos del oeste. Llegaron hasta los 5º de latitud N. y pasaron junto a dos islas a las que bautizaron como San Antonio y San Juan (actuales islas Palaos). A unas 500 leguas de las Molucas hallaron entre los 12º y 20º un archipiélago formado por un numeroso grupo de islas. En realidad habían vuelto a las islas de los Ladrones del viaje magallánico, rebautizadas en el siglo XVII por los españoles como islas Marianas, en honor a la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV.
En estas islas anduvieron perdidos durante un tiempo, intentando avanzar penosamente contra aquellos vientos que le venían de frente. Así lograron llegar hasta los 43º N., a la altura de Hokkaido, la gran isla septentrional de Japón, después de la cual tuvieron que combatir un temporal que les duró doce días, quebrándoles toda la jarcia (conjunto de los cabos de la nave), e incluso les partió el mástil de la vela mayor. También quedaron destrozados los castillos de proa y de popa y todas las velas quedaron hechas jirones.
Después de mucho insistir en aquella navegación tan precaria como inútil, pues era muy poco lo que avanzaban, la tripulación comenzó a enfermar y morir por la falta de víveres. Fue entonces cuando se tomó la decisión de volver a las Molucas. Hacía cuatro meses que habían zarpado de Tidore y aún les quedaba la mayor parte del camino por recorrer, sin apenas provisiones y con la nave desmantelada.
El plan era aprovechar los vientos del este y detenerse en la primera isla que hallasen para reponer fuerzas y aparejar la nave como pudiesen. Fue una decisión errónea y a la postre calamitosa, pues muy cerca de donde se hallaban, remontando hasta los 45º de latitud N. hubiesen encontrado la corriente de Kuro Shivo que les habría llevado directamente a las costas de América. Esta ruta la descubriría en 1565 la expedición de Legazpi y Urdaneta, conocida con el nombre de “tornaviaje” (viaje de regreso), pues permitía realizar la travesía entre Manila (Filipinas) y Acapulco (Méjico) en cuat

ro meses.
La Trinidad emprendió de nuevo el regreso hacia Tidore. En el camino pararon en una pequeña isla llamada Pamo (islas Marianas) para abastecerse. Durante la estancia en este islote cuatro tripulantes aprovecharon para desertar. Uno regreso al poco, arrepentido, quedándose allí para siempre el marinero Martín Genovés, el grumete Jerónimo Gallego y el despensero Alonso González. Tras la salida de aquella isla, entre los meses de septiembre y octubre hubo al menos 25 fallecimientos a bordo de la Trinidad que se había quedado con menos de la mitad de la tripulación.
A la llegada a Tidore, el capitán Gómez de Espinosa, pide socorro a la escuadra del portugués Antonio de Brito que navegaba en las cercanías. Los portugueses prestaron ayuda a los 24 tripulantes de la Trinidad y la remolcaron hasta Ternate pero se incautaron de todos los papeles, instrumentos náuticos, portulanos y de dos planisferios que habían pertenecido a Magallanes.
De Brito apresó a los marineros de la Trinidad. Comenzaba el calvario para los supervivientes en las inmundas prisiones de Ternate, Banda, Cochin y Malaca. Tras cuatro años de penalidades sólo cinco de aquellos desdichados pudieron regresar a Europa cuatro años después. El primero en llegar, en 1525, fue el marinero Juan Rodriguez el Sordo. Posteriormente en julio de 1526 los cuatro restantes: Gonzalo Gómez de Espinosa, León Pancaldo , Ginés de Mafra y Hans Vorgue (quien murió al poco de llegar), fueron trasladados a Lisboa. Allí permanecieron siete meses en la prisión de Limonejo. Finalmente, fueron liberados a instancias del emperador Carlos V.
¿Cuál fue el destino de la Trinidad? Estuvo mucho tiempo anclada ante la isla de Ternate. Un día, una ráfaga la hizo separarse de sus anclas y encalló. Los portugueses recuperaron todo lo que pudieron. El mar se llevó el resto de la nave almirante.
Y como remate de esta trágica desventura hay que señalar lo ocurrido a Gómez de Espinosa. Cuando al solicitar el devengo de sus sueldos ante los oficiales de la Casa de Contratación, éstos intentaron desquitarle el tiempo que estuvo en prisión. Como siempre, las autoridades del organismo instalado en la ciudad de Sevilla, se mostraban cicateras y renuentes a la hora de pagar a sus más preclaros servidores.