¿Existió un complot castellano para destituir a Magallanes como capitán de la expedición?

Miguel Ruiz Calderón
Entre los debates y controversias que tienen a Magallanes como protagonista sobresale el referido al supuesto “complot castellano” para destituirlo como Capitán General de la expedición, que ha tenido gran predicamento en la historiografía tanto española como extranjera, de la misma manera que el rey portugués don Manuel I se ha convertido, a pesar de sus éxitos en la India y el Sureste asiático, en el monarca que despreció a Magallanes y lo convirtió en un traidor a su pueblo. De hecho, cuando éste se encontraba en Sevilla realizando los preparativos para el viaje a la Especiería, Manuel I no escatimó esfuerzos para, a través de su embajador en la capital hispalense, Álvaro Dacosta , junto con otro portugués, Sebastián Alvares, interferir todo lo posible en la organización del viaje magallánico .
Tras la escala de los barcos en Tenerife, donde Magallanes recibió un mensaje de su suegro Diego Barbosa en el que éste le advierte no fiarse de Juan de Cartagena, veedor de la flota, capitán de la San Antonio y representante de Carlos I en la expedición, las relaciones de Magallanes con los responsables del resto de las naves se fue enfriando por días, ya que el Capitán General se negó a informar y consultar la ruta con los demás pilotos y capitanes, como era costumbre en la navegación de la época y lo mandaban las instrucciones reales. Nada de esto se cumplió. La cadena de mando, tan importante para la paz y la consecución de los objetivos, especialmente en los viajes de descubrimiento, donde podían surgir muchos contratiempos y peligros, fue ignorada por Magallanes, quien inició una campaña para anular a Juan de Cartagena y a otros nobles castellanos con el fin de poner en su lugar a personas de su confianza. Y todo ello en contra de las instrucciones reales.
Juan Sebastián Elcano declaró por orden de Carlos V ante el Consejero de Castilla Sancho Díaz de Leguizamo en octubre de 1522, un mes escaso después de su arribada a Sevilla. En su testimonio Elcano vino a decir que el malestar se había iniciado por las desavenencias entre Magallanes y Juan de Cartagena, por decirle este último que había sido nombrado “conjunta persona” por real cédula: “ y entrambos, juntamente habían de proveer en todas las cosas que fueran necesarias”. Es decir, que Magallanes no podía tomar decisiones sin tener en cuenta la opinión del veedor.
La disputa entre ambos responsables de la armada se agravó con motivo del juicio a Antón Salamón, maestre de la Victoria, acusado, juzgado y sentenciado a muerte por el delito de sodomía durante la estancia de la expedición en la bahía de Río de Janeiro en diciembre de 1519. Magallanes reunió a todos los capitanes y pilotos en su barco. Terminado el proceso, Juan de Cartagena volvió a preguntar por el cambio de rumbo, a lo que respondió Magallanes que por qué le había omitido el saludo de ordenanza desde hacía unos días, que consistía en un “Salve, señor capitán general y maestre e buena compaña”. Inmediatamente agarró a Cartagena violentamente por el pecho y lo envió prisionero a la bodega de la Trinidad. Así narró Elcano el conflicto y su consecuencia inmediata: poner al veedor bajo la tutela del capitán de la Victoria, Luís de Mendoza, a ruego de los demás capitanes, aunque pronto se arrepintió pues desconfiaba del tal Mendoza y lo entregó finalmente al comandante de la Concepción, Gaspar de Quesada. Por otra parte, Álvaro de Mezquita, primo de Magallanes, pasó a ser nuevo capitán de la San Antonio.
El resto de partidarios de Cartagena no salieron en su defensa por miedo, aunque suplicaron al capitán general que no tratase de esa forma a un hidalgo español. Pero al llegar a Puerto de San Julián, el silencio de Magallanes sobre la ruta a seguir y la razón de la prolongada detención en esa bahía -148 días de invernada- donde se consumían los bastimentos (provisiones de los barcos), sin navegar hacia el sur para averiguar si existía o no el estrecho, unido también al temor del ascenso de los portugueses a los máximos puestos de la armada, hizo aumentar más aún la desconfianza entre los españoles.
Es entonces cuando se produjo el alzamiento de una parte importante de los expedicionarios. Luis de Mendoza, capitán de la Victoria, encabezó un motín que triunfó en otros dos barcos: la Concepción y la Santiago. Los sublevados enviaron emisarios a Magallanes para que les comunicase la ruta a seguir, pero el capitán general correspondió mandándoles al alguacil mayor de la flota, Gonzalo Gómez de Espinosa, quien sorprendió al capitán Mendoza y lo mató en presencia de la tripulación del barco. Al día siguiente, el resto de los alzados se rindieron. Quesada, capitán de la Concepción, fue condenado a muerte y tanto su cuerpo como el de Luis de Mendoza fueron descuartizados y situados a la vista de todos para que no olvidaran el castigo que se merecen los “traidores”.

Por último, Juan de Cartagena y el clérigo Sánchez Reina quedaron abandonados a su suerte en aquellas inhóspitas tierras. Nunca más se supo de ellos. Elcano justificó su participación en la rebelión porque Cartagena y Quesada le requirieron que:” les diese favor y ayuda para que hiciesen cumplir los mandamientos del Rey. Y este testigo, que obedecía, e que está presto para facerle cumplir e requerir con aquello al dicho Fernando de Magallanes”.
Elcano nunca ocultó su participación en el motín, pues estaba convencido de conseguir con la sublevación el cumplimiento de las órdenes reales. Añadió además, en su declaración ante Leguizamo que, sofocada la revuelta, los portugueses Alvaro de Mezquita y Duarte Barbosa fueron nombrados capitanes y éstos “ maltrataban e daban palos a los castellanos vulnerando las instrucciones de S. M.”
Las averiguaciones ordenadas `por Magallanes- aunque no se han encontrado las diligencias judiciales- terminaron por inculpar a unas cuarenta personas y, entre ellas, a Elcano. Sin embargo, el capitán general los indultó por la necesidad que tenía de hombres para el largo y peligroso viaje, y para evitar más incidentes.
Magallanes incumplió lo pactado con la Corona, y ese fue el motivo del “complot castellano”. Francisco Morales Padrón, catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla, demostró en un trabajo de 1975, en el que compara las instrucciones magallánicas con las escritas para otros descubridores de la época, que no eran muy diferentes. La no ejecución de las órdenes reales provocó momentos de gran tensión que podían haber terminado con la expedición. Es pues, poco comprensible la actitud de Magallanes, pues la consulta del capitán general al resto de capitanes y pilotos de las flotas que surcaron los océanos fue lo normal en el siglo XVI, ya que, en caso de desastre, podía justificar su decisión ante la Corona y/o los inversionistas.
En el otro lado de la balanza, Magallanes sería muy alabado “por su gran fortaleza ante las adversidades”. Pigafetta, el “cronista de la expedición” le defiende diciendo que “fue el que mejor soportó el hambre y la sed durante la travesía del Pacífico”. Por su parte, el cronista Antonio de Herrera autor de la obra “Historia general de los hechos”, escribió que la mayor parte de los tripulantes de la Victoria estaba con Magallanes, cosa que corroboran también el lusitano Antonio de Brito y Martín de Ayamonte: “ los marineros estaban bien con Magallanes”. Quedaba demostrada una vez más la aptitud y capacidad de liderazgo de Magallanes entre la “gente baja” , marineros, grumetes y criado.