El testamento incumplido de Magallanes

Miguel Ruiz Calderón
El miércoles, 24 de agosto de 1519, estando la flota compuesta por la San Antonio, Trinidad, Concepción, Victoria y Santiago fondeada en Sanlúcar de Barrameda, Magallanes, que no había embarcado en Sevilla cuando la expedición partió desde el Muelle de las Mulas el día 10, justo dos semanas antes, se encontraba en los Alcázares reales y en presencia del escribano Bernal González de Vallecillo, para dictar su testamento antes de su partida hacia el Maluco.
“El comendador Fernando de Magallanes, capitán general de sus Altezas del Armada del Especiería, tras haber declarado marido… de doña Beatriz Barbosa y vezino d´esta muy noble e leal çibdad de Sevilla en la collación de Santa María, estando sano e con salud” ordenó su testamento, dejando por albaceas al canónigo Sancho de Matienzo, tesorero de la Casa de Contratación y a su suegro Diego Barbosa, alcaide de las Atarazanas y teniente de alcaide de los reales Alcázares.
En primer lugar, Magallanes quiso ser sepultado en el convento de su predilección, en Triana, tan cercano al lugar de donde había partido la armada. El testamento recoge:
“si fallesçiere en esta çibdad de Sevilla, que mi cuerpo sea enterrado en el monasterio de Santa María de la Victoria, e si fallesçiere en el dicho viaje, mando que entierren mi cuerpo en una iglesia de la abocaçión de Nuestra Señora del más cercano lugar donde yo fallesçiere. “
En el mismo convento se habría de decir asimismo, un treintanario de misas por su cadáver y otras treinta después de su entierro. A tal efecto , Magallanes reservaba para Santa María de la Victoria los 12.500 maravedíes que recibió como donación al ser aceptado en la Orden de Santiago.
Entre el Monasterio de Montserrat en Barcelona, el de Aranda de Duero en Burgos y el de Santo Domingo de Dueñas de Oporto –porque no se olvida de Portugal—repartirá una décima parte de los beneficios obtenidos durante la expedición.
Lega también un real de plata (34 maravedíes) a la Santa Cruzada; otro a la orden de la Trinidad y de la Merced para la liberación de los cristianos prisioneros de los moros. Un tercero a la casa de incurables de San Lázaro; un cuarto y un quinto al Hospital de las bubas y a la Casa de San Sebastián de Tablada “ a fin de que los beneficiados con sus limosnas rueguen a Dios por el perdón de su ánima”. También deja 1000 maravedíes a la obra de la Capilla del Sagrario de la Santa Yglesia de Sevilla (Catedral).
Magallanes piensa en los pobres: el día de sus funerales deberá vestirse a tres de ellos con un vestido de tela gris, un gorro, una camisa y un par de zapatos a fin de que rueguen a Dios por el descanso de su alma y también se dará alimento a otros doce menesterosos.

Piensa Magallanes en su esclavo Enrique y le asegura el porvenir. “A partir del día de mi muerte –escribió—mi esclavo Enrique, nacido en la ciudad de Malaca y de alrededor de veintiséis años de edad, será libre de toda obligación de esclavitud y subordinación, y podrá hacer lo que desee y actuar a su entender. Se deducirá una suma de 10.000 maravedíes en dinero contante para permitir al cristiano Enrique vivir dignamente”. Curiosamente, el viajero Marco Polo en su testamento tuvo semejante preocupación por su esclavo Pedro.
Piensa también en su hijo Rodrigo, de seis meses de edad. Amén del título de Adelantado, con el gobierno de las islas descubiertas, le deja una vigésima parte de los intereses de aquellas tierras. En caso de fallecimiento de Rodrigo, el heredero sería el hijo segundo que Beatriz, su mujer, llevaba en su seno y, a falta de descendientes directos, su hermano Diego de Sousa y finalmente su hermana Isabel, la cual debe casarse en España y vivir en ella.
¿Y su mujer Beatriz? Recibirá cada año la suma de 50.000 maravedíes por mediación de su padre, Diego Barbosa, tutor de su hijo o de sus hijos, hasta los 18 años.
Firmaron como únicos testigos los tres escribanos que tenía a su cargo Bernal González de Vallecillo. Magallanes se encontraba sólo.

Sin embargo, nada, absolutamente nada, fue realizado. Magallanes murió el 27 de abril de 1521 en las islas Filipinas. Ni un solo real será distribuido a los pobres. No serán ellos alimentados ni vestidos. Cinco o seis meses después, en octubre de 1521, falleció su hijo Rodrigo. Siete meses más tarde “en un día de la Cuaresma” que en el año 1522 cayó en marzo, expiró Beatriz que había perdido a su segundo hijo tras sufrir un aborto. Toda la familia, por tanto, pasó a mejor vida en menos de un año.
Del esclavo Enrique cuéntase en la Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara que, estando con la expedición en la isla de Cebú, urdió, tras la muerte de Magallanes en Mactán, la conjura junto al reyezuelo Humabón, para asesinar a los 27 marineros de la flota que habían sido invitados a un banquete de desagravio por los hechos ocurridos que habían terminado con la vida del capitán.
La traición del esclavo Enrique se debió a que Juan Serrao y Duarte Barbosa, asimismo capitanes de la armada, lo trataban mal. No es de creer que la mujer de Magallanes se portase mal en Sevilla con Enrique, a quien su marido lo había tratado muy bien, habiéndole incluso informado de la cláusula de su testamento donde le prometía su manumisión y una suma de dinero para vivir honestamente.
Para impulsarlo a cometer su traición, más bien debieron pesar en el ánimo del malayo el ansia de libertad y el deseo de vengarse de un hombre como Duarte Barbosa, cuñado de Magallanes, que lo despreciaba públicamente y lo trataba como a un perro. Sabido es que tanto Barbosa como Serrao murieron en aquella emboscada. Enrique, probablemente, se quedó a vivir en aquellos lares, pues conocía bien el idioma de los nativos y de hecho, había sido el intérprete de la expedición. O bien, regresó a su tierra de Malaca. ¿Fue tal vez por eso, que Enrique bien pudo ser el primer hombre que dio la vuelta al mundo? Porque, recordemos, Magallanes se lo trajo a Portugal y luego a España, como esclavo, tras su periplo bélico por el sureste asiático. Ciertamente, la verdad nunca la sabremos.