Guardiola

María Guardiola. Así se llama la líder del PP extremeño. Una mujer poco conocida hasta ahora, porque tras mandar a Vox al sitio que le corresponde, ya forma parte de ese selecto grupo de personas influyentes, que lo son no tanto por el cargo si no, más bien, por lo que dicen: “En el PP caben muchas sensibilidades, pero Vox no. Su sitio es otro”.

Mazón, el pepero valenciano, se ha debido de quedar traspuesto, atravesado. Se tragó la nomenclatura de VOX: violencia intrafamiliar, negando la de género, la machista, a la que Abascal define como fruto de una determinada ideología. O sea, que los asesinatos de tantas y tantas mujeres a manos de hombres, las violaciones y los maltratos, ya sean ellos maridos, parejas, desconocidos o miembros de una manada, son la consecuencia de una ideología o doctrina, según comenta el califa de la ultraderecha española, pero no es violencia machista. Algunos sabrán si llegar al gobierno merece la pena si hay que buscar apoyos en muletas tan envenenadas.

No podemos negar la democracia porque haya ciudadanos que voten a terroristas o a quienes niegan hasta que la tierra es redonda. Bildu, Vox, Podemos y demás extremistas tienen el sitio y la representación que les dan los ciudadanos en las urnas. Pero lo que sí nos permite la democracia es no pactar con ellos.

Sánchez, que le tira los tejos a la vez al gran Wyoming y a Sandra Sabatés, no debería preguntar tanto a Feijóo si va a poner a Abascal de vicepresidente, sino explicar por qué puso él a Pablo Iglesias, un actor de traca y pandereta que se sentía más orgulloso de la Venezuela de Maduro, que de la España de Rajoy.

En Ceuta, Vivas caló a los de Vox antes que nadie y ahora, María Guardiola, los ha puesto en su sitio. La trayectoria de Feijóo es impecable en todos los cargos públicos que ha desempeñado, lo que le legitima mucho más que a un Sánchez que se ha sobado hasta la vergüenza con la peor calaña de la política española, aunque ahora diga que no los conoce de nada.