Radiografía de una opinión

El sentimiento de abatimiento y hasta de derrota que transmite en su última publicación en el Faro de Ceuta, uno de los políticos más brillantes y mejor dotado de las últimas décadas, Juan Luis Aróstegui, no es personal ni fruto de un arranque pasional. Es una reflexión meditada, correctamente argumentada, pero que parte de algunas premisas erróneas, a mi juicio, claro está, por lo que, dado el calado de sus conclusiones, merece alguna respuesta

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Decía hace bastantes años, en el Congreso de los Diputados, el incipiente y fugaz líder del PSOE, Joaquín Almunia, que él no estaba allí para hablar de sus problemas o de los fracasos de su partido, centrando el debate con una frase que a mi me encantó: “Yo estoy aquí para hablar de España”.

No se puede hablar de Ceuta, sin hablar de España. Ni se puede hablar de los ceutíes sin hablar de los españoles.

El sentimiento de abatimiento y hasta de derrota que transmite en su última publicación en el Faro de Ceuta, uno de los políticos más brillantes y mejor dotado de las últimas décadas, Juan Luis Aróstegui, no es personal ni fruto de un arranque pasional. Es una reflexión meditada, correctamente argumentada, pero que parte de algunas premisas erróneas, a mi juicio, claro está, por lo que, dado el calado de sus conclusiones, merece alguna respuesta.

Para empezar, quiero declarar mi respeto intelectual y personal hacia Aróstegui, así como mi reconocimiento hacia su constante defensa de Ceuta en cualquier foro donde le han dado voz. Pero su pesimismo actual, similar al que invadió los corazones de los grandes intelectuales de la generación del 98, coloca a Ceuta en el centro de la gran depresión y a los ceutíes como meros y apáticos espectadores de un final programado que aceptan con normalidad. Este es su gran error.

Ceuta tiene unido su destino al de España, igual que el de cualquier otro territorio. Marruecos no es un actor esencial. De hecho es un país que tiene unas pocas décadas de historia. Es cierto que su diplomacia ha sido capaz de “¿convencer”? a otros países de que su papel es esencial en el difícil equilibrio entre oriente y occidente, pero la realidad es que sólo es un satélite que órbita alrededor de quien más le retribuye. No tiene ni la más mínina influencia en su región: ni a la derecha, ni al sur y, de puertas para adentro, mejor ni hablamos.

El problema no es que España haya decidido que Ceuta no merece un conflicto, porque además, no sería España, si no su gobierno. Lo real, lo crudo y duro, aquello de lo que huye Aróstegui en su argumentario, es que España, a través de su gobierno, ha decidido que la propia España no merece ni siquiera un compromiso.

Cuando quien aspira a ocupar la más alta responsabilidad del país: la presidencia del gobierno y, para conseguirlo, se pone en manos de un prófugo de la justicia, cuyo único afán es eludirla y romper España, lo que queda en evidencia es que a quien manda en este país y aspira a seguir mandando, España entera y cada una de sus partes le importan un rábano.

Da igual Marruecos que Urkullu con su plan plurinacional, que el hereu del tres por ciento que reside en Waterlo. Amnistía para los delincuentes, Derecho a Decidir por que sí, Políticas Anexionistas de Marruecos sin fundamento, La Desigualdad de los españoles consagrada como solución a problemas que no existen más que en la mente de cuatro sátrapas vergonzantes… Mientras, las España vacía agoniza, la política del agua brilla por su ausencia y el campo languidece. Las familias no llegan a fin de mes y disponer de una vivienda es un sueño inalcanzable para más de dos generaciones. Esa es la colonia en la que sobreviven millones de españoles Y ¿qué hacen? ¡Aguantar!, como el señor Cayo del gran Miguel Delibes: “Esperar a que escampe”.

Si los “indepes”, los del 3% que decía Maragall y los nunca arrepentidos de matar, secuestrar y extorsionar a seres humanos libres de sus delirios nazis, van a gobernar este país ¿qué más da que Marruecos practique su juego favorito? Podría reivindicar Granada y las alpujarras y seguro que alguien le diría que la cosa no es baladí.

Ceuta está como el resto de España: A ver qué pasa. Y los ceutíes igual de curados de espanto que el resto de compatriotas. Es el tiempo de resistir y de aguantar, esperando que escampe.

Noventa años antes de que Estados Unidos nos arrebatara Cuba, intelectuales como Francisco de Goya se asombraban ante la pérdida de la soberanía de España, invadida por Francia, con la simpatía y complicidad de un gobierno corrompido. No fue el gobierno, acogido en París y deleitado con toda suerte de lujos, quien puso cara al infortunio. Fue un alcalde, un teniente (ceutí, para más señas) que comparte apellido con Aróstegui y conmigo. Fueron campesinos, como Juan Martín, fueron las gaditanas con sus coplas y algunos militares con vergüenza junto a miles de españoles anónimos, los que lucharon contra un tirano y establecieron un régimen liberal y de libertades como nunca había tenido España. Pero el mal necesita pocos aliados para reinstalarse. Y la bisoñez de aquella generación propuso el regreso del rey felón y la oscuridad volvió a protagonizar la vida pública. La gente no se aclimató ni se acomodó, sólo volvió a esperar mejor tiempo. Han pasado muchas décadas y vicisitudes desde entonces hasta hoy. Tiempos de luz seguidos de otros de sombras. Hemos asistido al nacimiento de grandes hombre y mujeres y al estallido de una guerra civil insoportable. Al resurgir del tirano y a un nuevo alumbramiento como el de Cádiz. Y los españoles siempre hemos estado ahí, en las alegrías y en las penas. Hemos tenido mejores y peores gobiernos, pero seguimos siendo un país y una democracia.

A veces nos despertamos en medio de nuestros peores temores: Marruecos nos coloca al borde de ser una colonia, según mi amigo Aróstegui. Urkullu y Puigdemont tienen un plan para deshacer España. El gobierno andará con las parihuelas de ambos… Sin duda son temores fundados, pero se enfrentarán siempre a los españoles. Felipe González lo dijo no hace mucho con esta frase: “Algunos no saben que España es mucha España.

El día que nos demos cuenta de que unidos seríamos una de las grandes naciones de la tierra, el pesimismo dará paso a la esperanza.

No hay ningún final escrito para nadie, amigo mío, sólo hay que echar al gobierno, porque el Estado aún sigue en pie.

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