Ceuta castellana (1640)
José María Fortes Castillo
Como se ha visto anteriormente, el reino de Portugal pasó a formar parte de las posesiones de Felipe II en 1581 después de que el último monarca de la Casa de Avis hubiera muerto sin dejar descendencia, sin embargo, los lusitanos se rebelarían contra los Austrias con el paso del tiempo y proclamarían la independencia del reino, iniciándose un movimiento secesionista que comenzó a cobrar fuerza a partir de 1625 y llegaría a su apogeo tres lustros después, cuando un pequeño grupo de conspiradores asaltó el palacio real de Lisboa el 1 de diciembre de 1640, depuso a Margarita de Saboya, virreina de Portugal y duquesa de Mantua, y defenestró desde una de las ventanas del palacio a su secretario de Estado, Miguel de Vasconcelos, quien perdió la vida en la caída. Aquel mismo día, el duque de Braganza fue coronado rey de Portugal. Aunque las plazas lusitanas de ultramar y del norte de África también se independizaron de la Corona hispana a partir de entonces, Ceuta se negó a compartir su destino, y a pesar de que su guarnición estaba formada por unidades lusas, su gobernador, Francisco de Almeida, era partidario del recién proclamado Juan IV y el pueblo estaba muy descontento con Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares, la ciudad se mantuvo leal a la Corona hispana y su población juró fidelidad a Felipe IV ante el corregidor de Gibraltar. El 5 de febrero de 1641, el monarca nombró gobernador a Juan Fernández de Córdoba, marqués de Miranda de Anta y caballero del hábito de Santiago; pocos días después, proclamó un perdón general y otorgó a Ceuta el título de Muy Noble y Muy Leal; tres años más tarde, concedió a sus habitantes la ciudadanía castellana y, por último, la agraciaría con el título de Fidelísima mediante real cédula de 1656.
La rebelión lusitana contra la dinastía de los Austrias provocó un conflicto entre los reinos de la Península: la Guerra de Restauración portuguesa, que no finalizaría hasta el 13 de febrero de 1668, jornada en el que se firmó el tratado de Lisboa, cuyo artículo segundo dispuso que se restituyeran a sus antiguos reinos las plazas que se hubieran ocupado en el transcurso de la contienda, permitiéndose a sus moradores abandonarlas libremente con sus bienes —siempre y cuando no los hubieran adquirido mediante la guerra— con la única excepción de Ceuta, que quedaría en poder del Rey Castellano. Con ello, el Reino de Portugal reconoció oficialmente la soberanía hispana sobre Ceuta, convirtiéndose una soberanía de facto en soberanía de derecho en virtud de un tratado internacional.
Por otra parte, las relaciones entre Ceuta y Tetuán, a la sazón gobernada por la familia de los Nacazis, mejoraron en aquellos años hasta el punto en que, en 1641, incluso se firmó un pacto mediante el cual se reguló la liberación de los cautivos de ambas partes, los trámites para la recuperación de los cuerpos de quienes hubieran fallecido en caso de enfrentamiento, los requisitos para los desplazamientos entre Ceuta y Tetuán de los habitantes de ambas poblaciones y el tránsito de la cáfila comercial que discurría entre ellas, el trato que se debería dispensar a los judíos, las personas que tendrían derecho a acogerse a aquellos acuerdos -en general, los habitantes de ambas ciudades- y las circunstancias en que podrían acogerse a ellos, contemplándose incluso la posibilidad de que la guarnición de Ceuta pudiera realizar razias en el campo exterior sin que por ello se quebrantara la paz. Así, a pesar de la tradicional hostilidad entre musulmanes y cristianos, también existió en algunos momentos un comercio que benefició a ambas partes: mientras los magrebíes traficaban con cera, pieles, alfombras, tapetes, ámbar, dátiles, lencería, lino, aves, manteca, miel, almendras, leche o queso, los ceutíes lo hacían con pedrería, semillas, añil o paños de Segovia.
A pesar de aquella mejora de las relaciones, el 10 de junio de 1655 la guarnición de Ceuta tuvo que hacer frente a un ataque capitaneado por uno de los pretendientes al sultanato, Muley Abbas Ben Bucar, quien intentó apoderarse de la ciudad al frente de un ejército de alrededor de 7.000 infantes y 150 jinetes a los que unieron unos 2.000 cabileños procedentes de la sierra de Anyera, pero serían rechazados por la artillería de la plaza. Poco después, cuando el sultán de Tafilete, Mohamed I —de la dinastía Alauita—, invadió el sultanato Saadita en 1659, establecería una guardia de 200 lanzas en el campo exterior de Ceuta para evitar las salidas y las razias de su guarnición.
No obstante, el convenio con los Nacazis se renovaría aquel mismo año e incluso se firmaría un nuevo acuerdo en 1661 mediante el cual se promovería el tráfico comercial entre Ceuta y Tetuán a cambio de abonarles 3.582 pesos, pero aquella aproximación sería efímera y terminaría poco después de que se hubiera instaurado la dinastía Alauita, cuyos sultanes eran partidarios de expulsar a los cristianos de aquellas tierras. Cuando Muley Ismael fue proclamado sultán en 1672, los Nacazis tuvieron que suspender sus relaciones con la ciudad por temor a sus represalias, aunque se firmaría un nuevo acuerdo un año después en virtud del cual se realizó una suerte de demarcación del territorio de la plaza, estableciéndose una zona en la que sus pobladores podrían apacentar ganado, recoger fruta y extraer madera, aunque aquel acuerdo estaría en vigor pocos meses. A partir de entonces, la hostilidad de los cabileños se incrementaría hasta que el sultán Muley Ismael estableció un largo asedio que comenzó el 23 de octubre de 1694 y no finalizaría hasta el 17 de marzo de 1727.
Fuentes: (Morales Lezcano, 2006, 110-116; Torrecillas, 2006, 198-199; Lynch, 2005, 537-544; Castilla, 1991, 125-136; Lafuente, 1862, 8-9; Márquez, 1859, 128-129, 230-232; Castro, 1858, 430-438; 1846, 135-143; Cortada, 1844, 223-241; Sabau, 1821, 13-1 LA OFENSIVA DE LA DINASTÍA ALAUITA)