Un paseo por la calle Real a mediados del Siglo XX

Si bien en la Plaza de Maestranza, acaba la Calle Real propiamente dicha, vamos a apurar en dirección de la calle por Juan I de Portugal hasta Las Heras, para dar termino al sentido ascendente de esta calle, verdadero cauce donde transita el palpitar de las gentes de Ceuta. Y principiando Juan I de Portugal, es lo más parecido a una calle peatonal. La acera por el lado izquierdo es de cincuenta centímetros, para ir ensanchándose a la vez que vas avanzando metros. Por el lado derecho, parte de cero, para a semejanza de su compañera del lado contrario, ir cogiendo anchura, conforme te introduces en ella. Tiene su explicación, las aceras son tan estrecha por un lado y sin ella por el otro, para dar opción al paso del autobús que posee las medidas justas, como podrán observar en la primera foto que adjuntamos.
Todo el lado derecho de la calle, hasta llegar a la escalera de la Cortadura del Valle, es una fachada cerrada que pertenece a la Maestranza de Obras Militares, sin puertas ni ventana ni nada que destacar.
Por la izquierda, a pocos metros del inicio de la calle, una puerta da acceso a la tienda de comestible “Casa Pepín”. Seguidamente un grupo de casas de una sola planta, donde solo destaca un taller de fontanería conocidos como “Lahercio”. A continuación, un pequeño ensanche de pocos metros donde Muebles Ruiz, posee un almacén y algo más abajo, encontramos el “Bar Los Corales”. Es pequeño, con solo cuatro o cinco mesas y atendido por un señor muy simpático, natural de Sevilla e hincha del Betis.
A continuación, una rampa de una decena de metros, que finaliza en un gran portalón nos indica que estamos en el garaje y talleres de la firma ceutí Baeza, S.A. A la derecha del portalón, hay una escalera de madera, a través de la cual se accede a la vivienda de Manuel Arce. Este señor es el chofer de los señores Baeza. Manolo Arce, hijo del anterior, es un gran amigo al que aprecio de veras.
Este gran local, dispone de taller de mecánica de automóviles, al frente del cual está José Traverso y su hijo Pepe. También posee de un gran torno, mandril, cepillo, sierra, etcétera, movido con un solo motor que a través de correas y un eje transmisor, pone en funcionamiento y a elección, la máquina que precise. De todo este tinglado es encargado Francisco Trujillo y al fondo, se encuentra el taller de carpintería, que dirige Juan Pacheco.
Volviendo a la calle y tras el garaje, un muro blanqueado de cal que aísla la zona de la serradora gigante que existe en la parte posterior, a la que se accede por la calle de la Marina Española.

Hay varias casas bajitas y tras la segunda vivienda donde reside Antonio Sánchez, se encuentra el Pasaje de las Balsas. El acceso al pasaje se hace a través del “Garitón de la Muralla” que, al parecer, estaba destinado a alojar al cuerpo de guardia encargado de proteger y vigilar el complejo del almacenamiento hídrico de las balsas, así como el control y patrulla de la calle, conocida por entonces como Martínez Campos. Fue derribado en el año 2008 para construir viviendas -como ha ocurrido siempre con todos los edículos históricos en nuestra ciudad-. Desemboca frente a la rampa de bajada al Muelle Alfau.
Cruzamos a la acera de enfrente, para estar de nuevo en la escalera de la Cortadura del Valle. Subiendo esta escalera, a la derecha existe una fila de pabellones militares de una sola planta, que finaliza entroncando con la calle Brull, donde se halla la Torre del Valle, también conocida como la Torre del Heliógrafo. Desde aquí se transmitían y recibían mensajes a través de espejos. Además, este era el lugar de donde nos comunicábamos con la España peninsular, a través de palomas mensajeras. Esta necesaria actividad, se desarrolló hasta el año 1844, que se inauguraron las comunicaciones telegráficas entre Ceuta y Algeciras.
Regresando al punto de partida desde la escalera de la Cortadura del Valle, si ascendemos de nuevo, a unos cuarenta o cincuenta metros a la izquierda, se hallaba la entrada al Cuartel de la Compañía de Mar de Ceuta, antes de llegar al campo de Infantería 54.
Continuamos de nuevo por la calle Juan I de Portugal tras dejar la escalera y llegamos al nacimiento de la calle del Pozo del Rayo -que desemboca en la carretera del Hacho-. cruzando la vía mencionada, hay un pequeño puente, que sirve para salvar la cuenca del Arroyo del Pozo del Rayo, que como han podido apreciar, tiene el mismo nombre que la calle.
Este efluente, era el encargado de abastecer de agua las balsas. Aún existentes, pero sin utilidad. Antes del tratado Wad-Ras que se firmó el 26 de abril de 1860, Ceuta estuvo continuamente sitiada y las balsas eran el principal abastecedor del preciado líquido para la ciudad. Era un lugar donde se almacenaba el agua para tener un remanente de manera que evitásemos tener que salir a buscarla al exterior con el consiguiente peligro. Ahora están en desuso y aisladas del arroyo. Y puedo recordar que estaban medio vacías y la poca agua que retenían se había ido acumulando con la lluvia, recubriendo toda su superficie con un espeso manto de verdín, tan característico de las aguas que no se renuevan y permanecen estancadas. Por entonces, el arroyo, a través de un canal desaguaba en las balsas que, a su vez, en un lateral, poseían un aliviadero encargado de evitar el desbordamiento, de forma que, una vez llena la pileta, el líquido elemento era desviado de nuevo al cauce natural, que desembocaba en el inicio de la playa de San Amaro.
Cruzado el arroyo a la derecha, encontramos un establecimiento con dos puertas. Por la primera es una tienda de comestible y por la segunda es un bar. El local se comunica por dentro y no me resisto a contar lo ocurrido allí una tarde noche.
Pasamos por allí un grupo de amigos todos de Plaza de África -que solíamos con cierta frecuencia dar un paseo por todo Ceuta-, cuando oímos cantar y detectamos que había un buen ambiente. Nos quedamos unos en una puerta y otros en la otra, con ánimo de presenciar el inesperado espectáculo. Entre los allí presente, se encontraba “Carlitos Gardel” -Carlitos era un humilde simplón, de mente poco despejada y autoconvencido de que era un gran cantante. Era muy popular en esos años-. Al momento llegó un grupo de cinco o seis personas, que no cabían en el bar y se acomodaron el mostrador de la tienda donde le sirvieron las bebidas solicitadas.
La fiesta continuó bastante animada, hasta que se empecinó Carlitos Gardel -nunca supe su verdadero nombre- en cantar. Lo hacía bastante mal, pero la gente le animaba y en su inocencia no se daba cuenta que se reían de él.
Uno de los recién llegados, quiso destacarse y asiendo el trapo húmedo que había sobre el mostrador y que suelen utilizar para limpiar la encimera de restos de vino, lo empapó más bajo el grifo, y se lo arrojó a Carlitos. Tuvo a la vez, mal atino y mala suerte. El trapo arrojado dio de lleno en el cuello, a un señor que estaba sentado al fondo del local. Este sin pararse a pensar lo más mínimo, se levantó y dirigiéndose al que arrojó el trapo, le soltó una bofetada de aquí te espero.

Lo que ocurrió seguidamente en aquel lugar, deja en ridículo las peleas que se ven en las películas del oeste americano. Los amigos del golpeado quisieron vengarlo, agrediendo al que soltó la primera galleta, pero como este, también contaba allí con sus “colegas” que salieron en su defensa, el local se convirtió en el lugar más peligroso en toda nuestra ciudad. Nosotros dimos unos pasos hacia atrás, de manera que no perdiéramos ningún detalle del espectáculo, pero tampoco corriéramos riesgo alguno. Aquello fue increíble, entre tacos y maldiciones de los contendientes y los gritos del propietario de la tienda-bar, no entiendo cómo no echaron el local abajo. Al rato llegaron dos coches de la Policía Armada -los famosos grises- y se suspendió el combate. No recuerdo si el amigo Carlitos salió ileso de aquel infierno, aunque no creo que nadie se atreviera agredir, a un hombre que, si Dios lo privó de sus facultades mentales, no lo privó en cambio de la habilidad de colarse en todas las fiestas y ser en ellas bienvenido.
Dejamos atrás aquel improvisado ring, para llegar de inmediato a un taller de reparaciones y alquiler de bicicletas. Este taller es muy popular entre la juventud de Ceuta y conocido como “Taller de Chafler” -correcto o no, lo escribo tal como se pronuncia-. Los domingos y días de fiesta, eran muchos los chavalitos que se pasaban por el taller para alquilar el vehículo de dos ruedas. El precio era de un duro -cinco pesetas- la hora.
Tras el taller, hay dos o tres viviendas de una sola planta, aquí se inicia un desvío hacia la izquierda y finalizando la curva, una escalera paralela a un muro nos lleva a un llano, lleno de casitas baja que conocemos como Pabellones de Ingenieros.
Volviendo al inicio de la escalera, viene a continuación un tramo resto, con una pendiente rampa lateral y paralela a la calle, que nos conduce a la entrada del Cuartel de Ingenieros. Tras su construcción, fue conocido como cuartel Nuevo, más tarde de Confinados o de las Heras, después de Ingenieros. Años más tarde, a raíz de la construcción del Hotel La Muralla, el Parque de Artillería que se ubicaba donde se construía el hotel, fue trasladado al antiguo Cuartel de Ingenieros. Desde entonces aquellos viejos pabellones, en los planos de la ciudad se conocieron como Pabellones de las Heras.
Las instalaciones del cuartel, llegan hasta la Glorieta del Comandante Ayuso, lugar que siempre fue conocido como Las Heras, donde finalizamos el recorrido de la acera derecha, volviendo de nuevo al puente del Arroyo de Pozo del Rayo.

Desde el arroyo hasta doblar la curva, nos acompaña un muro y sabemos que, tras este, se hallan las anteriormente mencionadas balsas. A continuación, un patio donde residió de pequeño mi amigo Antonio Lago Cuadro. Les sigue unas casas militares, a los que se accede tras subir unos escalones. Finalizada esta hilera de pabellones, llegamos a una reja que forma un ángulo de unos ciento veinte grados, con doble puerta de hierro en el lateral que da a la calle de la Marina. Esta reja protege un viejo caserón que nunca tuve noticias de quien era ni que hacía allí. Así llegamos a la Plaza de las Heras.
Esta plaza desvía el tráfico a la derecha si tu dirección es San Amaro y, a la izquierda, si quieres regresar de nuevo al centro de la ciudad. En el centro de ella y sosteniendo una bonita farola, hay una acera de forma triangular haciendo de isla, que facilita el tráfico rodado y al fondo, paralelo a la rampa de bajada al Muelle Alfau, se hallan los jardines de Pelegrina, aislado de la acera por un gran seto de metro y medio de alto. En el centro de la plaza junto al seto, se halla una parada de autobús de la empresa “Benítez-Las Heras”.
Llegado a este lugar, me siento en el banco de armadura metálica y asiento de madera y decido esperar la camioneta que me lleve de regreso al Puente Almina. El viaje de regreso me cuesta treinta céntimos. Llevo mucho tiempo alejado de mi barrio y mi gran verdad, es que casi no se andar si no es pisando los adoquines del Callejón del Asilo Viejo, Calle Larga o mi Plaza de África.