La huella de la crianza

Jesús Palenzuela

El Dr. José Cabrera y Forneiro considera la infancia como un patio de colegio en el que jugamos toda la vida. Algo cierto, aunque quizá la frase no estaría tan completa si no se hablara explícitamente de la conciencia del individuo, de sus capacidades, de sus fortalezas y de sus oportunidades, alumbrando una puerta hasta momentos previos invisible en ese patio de colegio, que permite una salida a un espacio anexo más humano, plenamente consciente y empoderado. Sabemos, por la literatura científica e incluso por la propia experiencia, que la infancia puede llegar a marcar una vida. No obstante, esto no es determinante. Existen otros factores que influyen en el desarrollo evolutivo del ser humano además de la propia infancia; la personalidad, las experiencias vividas o las relaciones sociales son elementos que conforman nuestra identidad.

Los estilos de crianza que asumen las familias en el cuidado de sus descendientes tienen un papel imprescindible en el apego que el bebé va a desarrollar con la figura de referencia.

Esto, de forma irremediable, va a influir de manera significativa en el ejercicio de las relaciones sociales a futuro y también en su personalidad. De ahí la importancia de una crianza positiva basada en el respeto y el establecimiento de límites hacia el propio individuo, sus referentes y sus iguales. Esto ayudará a una promoción sana del mismo (estilo democrático). Por el contrario, un estilo de crianza autoritario, negligente y/o permisivo está basado en la carencia, en la necesidad, en la violencia en ocasiones, en la inexistencia de límites, en la ausencia de afecto, de escucha activa, en definitiva, de acompañamiento en los procesos y en las diferentes etapas evolutivas. La forma de educar en la infancia, como se dejaba entrever, tiene repercusiones en el desarrollo del niño, del adolescente y del adulto si las dinámicas siguen siendo las mismas y no se reajustan. Así pues, las consecuencias del estilo de crianza democrático en el niño parten de una certidumbre y una seguridad con la que afrontar la vida, además de una buena autoestima. Mientras que aquellos estilos de crianza que están basados en la carencia dan como resultado menores caprichosos, con una desregulación emocional y una baja autoestima, además de una inseguridad manifiesta. Esto, posteriormente, genera adultos incompletos con una personalidad vacía, desregulación emocional, actitudes violentas o, por el contrario, de sumisión en el contacto con la relación social.

Educar no es una tarea fácil, es casi una labor artesanal, del día a día. La educación, a mi juicio, debe basarse en cuatro elementos fundamentales: amor y disciplina. Una educación que no esté basada en la Pedagogía del Amor nunca será una educación significativa y de verdad, sencillamente humana, mientras que el uso controlado de límites y de hábitos conlleva a un equilibrio psíquico. Estas dos figuras están vinculadas de forma irremediable a dos símbolos característicos de toda educación: las raíces y las alas. La educación ejerce un efecto liberador en el individuo, nos hace más completos, nos empodera para cumplir aquellas metas que nos proponemos, mientras que las raíces son justificación primera de todo este efecto biopsicosocial, porque nos permiten volar sabiendo del espacio del que el ser humano parte.

La educación es principio y fin a la vez, causa y consecuencia última.

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