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MIGRACIONES
“Vete a Sidi Embarek, que allí te dan de comer”, cuenta Nihad Amar que se dicen entre ellos los jóvenes que, flotador en mano, aletas a los pies o neopreno pegado al cuerpo (a veces todo a la vez), arriban a las playas de Ceuta huyendo de la pobreza. Amar es una de las cuatro cocineras de la ONG Luna Blanca, dedicada a la atención de personas (en su mayoría ceutíes) en situación de vulnerabilidad y ubicada en los bajos de la mezquita Sidi Embarek, el popular espacio donde cabe todo el que necesite “un plato de comida caliente”. Las personas migrantes lo saben, como explica la risueña trabajadora, y por eso, en mitad de lo que la Ciudad llama una “emergencia migratoria”, su comedor social tiene últimamente más comensales.
Los efectos del sol en un mediodía estival son reducidos en el comedor exterior de Luna Blanca gracias a unas carpas instaladas a las puertas del local. Alrededor de la una del mediodía quedaba ya poca vida bajo la sombra de las lonas de plástico. Acababan de marcharse los que parecían los últimos huéspedes, dos chicos argelinos. La enorme olla llena de arroz con verduras y pollo comenzó a vaciarse pasadas las doce. Este martes pudieron condimentar bien cada plato repartido, pero no tienen siempre la misma suerte.
A mayor número de comensales, menos “cucharones” a repartir. La ley básica sobre la distribución equitativa de un bien igual de básico. “En el comedor social no se le niega el plato de comida a nadie. Tampoco le pedimos documentos. Primero, la comida”, explica Amar minutos después de recoger los bártulos en la enorme cocina donde otras dos compañeras friegan el suelo. Comienzan la jornada a las ocho de la mañana, pero el menú del día siempre comienza a prepararse 24 horas antes. “Si no cortamos, pelamos y lavamos las verduras un día antes no nos da tiempo. Y si no empezamos cada día a las ocho tampoco”, aclara.
Amar lleva una chaquetilla blanca de chef y un delantal negro sobrepuesto. Cubre su pelo con un enorme y oscuro gorro de cocina, que le cae hacia la nuca con un estampado de motivos culinarios. Trabaja en los fogones de Luna Blanca desde hace tres años, donde empezó como voluntaria hace cinco. Se mantiene sonriente incluso al narrar las anécdotas que perduran en su memoria y que se generan en las múltiples conversaciones que mantiene con aquellos a los que llena el estómago. No todos son migrantes, aunque con el aumento de llegadas a Ceuta en las últimas semanas el porcentaje se ha incrementado.
“He llegado al punto de preguntarles: ‘¿Cómo podéis venir sabiendo la niebla que hay y lo fría que está el agua?, Me responden: ‘Nosotros ya estábamos muertos en nuestro país’”
El programa del comedor social de Luna Blanca es el único de la ONG en el que tiene cabida la ayuda humanitaria para personas migrantes. Los atienden a ellos, pero también (y, sobre todo) a ceutíes vulnerables o personas en situación de calle. Han llegado a atender a 200 personas en un mismo día durante el mes de Ramadán. El resto del año suelen alimentar entre una y 60 personas. El número fluctúa en función de condiciones como el aumento de entradas de migrantes, así lo explica a este diario, en el interior de su despacho, la trabajadora social de la organización, Halima Ahmed.
“Si de normal echamos 60 kilos de arroz, esta semana, como sabemos lo que está ocurriendo, echamos 80. Si un día llegan 20 personas podremos echarles tres cacitos y si llegan 50 habrá que echarles dos. Si se nos acaban los garbanzos, llamamos al Banco de Alimentos. Hacemos auténticos malabares para que llegue comida para todos”, narra. Este martes se personaron unos 30 migrantes, en su mayoría jóvenes marroquíes que no superan la treintena, pero hace días fueron 50.
Un futuro mejor
No solo les ofrecen comida, también ropa y zapatos. “Ayer vi a chicos que iban descalzos, en condiciones muy lamentables. Y la pena es que cada vez hay más chiquillos dando vueltas por la ciudad, sin rumbo fijo. Nosotros no les negamos la ayuda a ninguno. La necesidad no entiende de raza, color o religión”, desgrana Ahmed que, a continuación, teoriza sobre el “efecto llamada” y los posibles motivos por los que cada vez más marroquíes se juegan la vida para cruzar a nado hasta la ciudad autónoma.
Alude a las consecuencias de la Operación Paso del Estrecho (OPE). Centenares de miles de marroquíes que emigraron en su día a diferentes países de Europa vuelven a su país natal por vacaciones en verano. Regresan bien vestidos, en coches propios y gastando el dinero que llevan un año ahorrando para después comprarse una casa en Marruecos o ayudar a sus familiares. “Los que lo están pasando mal en Marruecos ven eso, ven que de España para arriba hay muchas oportunidades. Así que lo intentan”, resume.
Sobre los intentos sabe, y mucho, Nihad Amar, la cocinera del gorro estampado. Cuando termina de llenar sus platos, se sienta junto a los chicos marroquíes y comienza a hacerles “muchas preguntas”. Facilidades de quienes hablan dariya. “Son historias muy chocantes. Nosotros nos quejamos mucho, pero nos quejamos por nada, no sabemos de verdad por lo que están pasando algunas personas”, introduce la joven. “He llegado al punto de preguntarles: ‘¿Cómo podéis venir sabiendo la niebla que hay y lo fría que está el agua?, ¿no tenéis miedo a morir?’ A lo que algunos me responden: ‘Nosotros ya estábamos muertos en nuestro país’”, reproduce así un diálogo tras el cual se frota los brazos, para demostrar que los tiene de gallina.
Alguno que otro le ha relatado cómo pasó 8 horas nadando desde Marruecos hasta Ceuta, debido a la poca visibilidad durante las noches de niebla, cuando más personas realizan los intentos. “Ellos nadan de acá para allá sin saber adónde ir. Pero me dicen que les da igual todo. Incluso, a algunos, cuando salen a la orilla, les quitan dinero o el teléfono, pero les da igual todo. Solo quieren llegar”, continúa. Otros le cuentan que ya van varios intentos frustrados por la Guardia Civil, como el caso de un chico que, tras horas resistiendo a flote después de que se le pinchara el flotador, terminó por dejarse atrapar.
Este mismo chico le contó que tras ser devuelto a las autoridades marroquíes, éstas, en lugar de dejarlo en su ciudad, Rincón (a escasos kilómetros de Ceuta), lo enviaron lejos, hasta Casablanca. “Los envían lejos de sus casas para que no puedan volver tan fácilmente. Para que su familia pague el transporte para volver”, narra. Pero el método de las autoridades marroquíes no logró disuadirlo. Su último intento fue, finalmente, exitoso. Es barbero y espera seguir dedicándose a su oficio en España.
Asegura Amar que entiende a las familias que apoyan a sus hijos, sobrinos o hermanos en la decisión de echarse “a la mar” en busca de un futuro digno. Unas son conscientes, otras no. “Es que hay algunos que salen de sus casas, ven a sus amigos correr y tirarse al mar y detrás van ellos. Y sus familias ni lo sabían”, explica. Reconoce que la imagen que le rompe el corazón es la de las madres tirándose al agua por sus hijos. Cada día se enfrenta la ceutí a la crudeza del drama migratorio, que atestigua en primera persona, ofreciendo a sus protagonistas algo tan básico como un plato caliente cada día. También el resto de sus compañeras y trabajadores de Luna Blanca.
Para responder a la pregunta de si su trabajo le resulta igual de duro que de satisfactorio, después de esbozar una leve sonrisa, lleva Nihad sus manos al bolsillo. Extrae su teléfono móvil, lo desbloquea y accede a su cuenta de Instagram. “Creo que acabo de subirlo en un estado…”, y ‘bichea’ en su perfil hasta dar con la foto que muestra a los allí presentes. Procede a leer el texto que acompaña una fotografía de la olla de comida preparada hoy para el comedor social: “Detrás de una faceta hay un trabajo muy sacrificado, pero con gran satisfacción”.
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