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Miguel Ángel Pérez Triano
No hay sociedad democrática sin libertad de prensa y sin unos medios de comunicación responsables. Es imprescindible un periodismo riguroso, exigente y fiable en la publicación de información para que la ciudadanía pueda disponer de datos contrastados y veraces con los que poder formarse una conciencia crítica.
Por desgracia, corren tiempos difíciles para el periodismo. A un nivel parecido a lo que ocurre con la política, se ha instalado en nuestra sociedad una alta desafección hacia medios de comunicación tradicionales que, en opinión de muchos, manipulan y adulteran la verdad. Obviamente, es una generalización totalmente injusta.
Estamos hiperconectados en lo que los expertos denominan la Sociedad de la Información. Tenemos a nuestra disposición todo tipo de información inmediata en nuestros teléfonos móviles, unas veces de medios de comunicación tradicionales, otras de medios alternativos o de redes sociales, lo que supone un gran peligro a la hora de discriminar información veraz de fraudulenta.
Según Google, casi la mitad de los jóvenes de los jóvenes de 18 a 24 años se informa a través de las redes sociales, lo que hace mucho más difícil combatir el fenómeno de las fake news. La difusión de noticias manipuladas o directamente falsas está al orden del día, y en ocasiones resulta casi imposible conocer el origen del bulo. Como ejemplo, es mundialmente famosa la disparatada teoría del “Pizzagate” en Estados Unidos, que a punto estuvo de desencadenar actos graves y violentos.
En la época de la posverdad absolutamente todo vale y se puede discutir y defender. Vemos personas que niegan el Covid-19, que creen que las vacunas son unos microchips para controlarnos; otros que proclaman que la tierra es plana o que la Agenda 2030 es un proyecto de una banda de progres que intentan acabar con el mundo occidental. En definitiva, una serie de paridas que podrían ser graciosas si no fuera porque hay gente que se las cree.
También tenemos el caso de los medios de comunicación “alternativos” que se dedican a manipular, mentir y hasta insultar sin escrúpulos en busca de intereses personales. En nuestra ciudad tenemos un ejemplo que, con ayuda de subvenciones, deja patente una falta de ética y compromiso profesionales en sus prácticas, llegando a utilizar fotografías particulares descargadas de redes sociales en sus publicaciones difamatorias.
Es urgente una reflexión colectiva sobre cómo la desinformación y los bulos amenazan nuestra convivencia. Asimismo, el periodismo serio y honesto tiene el deber de combatir estas prácticas en pro de la difusión de la verdad y de la salud democrática. Hoy es más necesario que nunca.
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