TEATRO DEL REVELLÍN
El musical inspirado en la serie Friends llega este sábado a Ceuta
Cine
El artista ceutí Juan Carlos Lorda solía pasearse por el set de rodaje de la producción estadounidense The Forgiven (EEUU, 2021), con un sombrero de cowboy y cadenas al cuello. El tatuador de Zurrón que solo chapurrea el inglés convivía como uno más con actores de la talla de Ralph Fiennes (Harry Potter), Jessica Chastain (Interestellar) o Matt Smith (La casa del dragón). En los ratos libres, cuando dejaba aparcadas sus funciones como director de casting para la producción que se rodó en el desierto marroquí, también tocaba la guitarra. Lo hacía junto a un “chaval” pelirrojo y delgado, de cabello largo y estilo “hippie”, con quien entabló una amistad (facilitada por el traductor) sin que Lorda se imaginara la fama de la que ya disfrutaba el americano. Resultó ser Caleb Landry Jones, el protagonista de la última versión cinematográfica de Drácula, la dirigida por Luc Besson (El Quinto Elemento), que sigue en las salas (incluida la de Ceuta) y ha recaudado ya casi 30 millones de dólares en Estados Unidos. Un nuevo largometraje de la historia de Bram Stoker en el que el artista ceutí ha tenido la “suerte” de participar activamente.
Fue el príncipe Vlad el culpable, décadas atrás, de que se sumergiera de lleno en el mundo del diseño artístico. Su primer visualizado del Drácula de Francis Ford Coppola lo motivó a embarcarse en un universo que por entonces “era un tema tabú”, desconocido y sobre el que se había escrito poco. Lorda se inició en él de manera autodidacta, esforzándose en descifrar los libros en inglés que llegaban a sus manos y que profundizaban sobre las técnicas del maquillaje protésico o de caracterización.
De entre los maquillajes que destacan en la cinta ‘Drácula: A love tale’ sobresale el del conde como un anciano. Con un rostro plagado de exageradas arrugas, con dos enormes bolsas bajo los ojos. Era una prótesis pegada a la cara de Caleb tras seis horas de trabajo sin descanso en el que, entre otros, colaboraba Lorda. La experiencia la resume como “increíble”. Era su primera vez en una producción de este calibre. “Allí, los decorados son enormes. Me quedé flipando, porque yo también soy decorador, eran gigantescos”, expresa el ceutí en una entrevista concedida a El Pueblo de Ceuta, en la que narró su trayectoria vinculada con el séptimo arte y lamentó que, pese a sus logros, siga sin sentirse valorado en su ciudad natal.
“Nadie es profeta en su tierra”, reflexiona Lorda, cuya primera experiencia en el cine tuvo lugar en 2006, durante el rodaje de El laberinto del Fauno, en el que participó colaborando también con el maquillaje. El salto a las producciones americanas lo dio por casualidad. Rondaba 2013 cuando un amigo con negocios en EEUU acudió a su estudio a tatuarse. El centro de operaciones de Lorda es un espacio peculiar. Ubicado actualmente en la Avenida Ejército Español, la planta baja la usa para los tatuajes y en la de arriba creó su Museo del Terror, plagado de figuras de personajes sacados de películas del género, como Frankenstein, Pennywise o el propio Drácula. Hace más de 10 años, su sede era otra, pero su colección de piezas fabricadas con sus propias manos ya era grande.
Al cliente con conexiones con América le gustó su obra, y se le ocurrió preguntarle si le gustaba el cine, tras cuya evidente respuesta le lanzó una propuesta: “¿te gustaría trabajar en el cine de Estados Unidos?”. Casi de inmediato, cayó sobre sus manos el guion de una película que se rodaría en Marruecos. Fue invitado al rodaje de la cinta llamada Beirut (EEUU, 2018), protagonizada por Jon Hamm (Mad Men). Por aquel set merodeaba un hombre francés dedicado al arte digital, con experiencia creando diseño de vestuario, ambiente, atmósfera y luces, todo con tabletas digitales. Poco después de aquella anécdota fue llamado para “hacerle un favor” a un director de casting, a quien tuvo que sustituir para una serie televisiva de aventuras yanqui llamada Sangre y Tesoros. Pese a que sus funciones eran otras, logró que le permitieran “maquillar un poco”.
Tras ello siguió enlazando varias producciones similares, incluida Spiderman, hasta que llegó la pandemia y, con ello, el parón del mundo. Poco después, en otro rodaje, se reencontró con aquel artista francés que creaba decorados con una tablet. El chico mostró las creaciones de Lorda a todo el equipo. Un día, llegó a decirle “tío, pareces un vampiro”, debido a su atuendo. “¿Sabes una cosa? A mí me gusta mucho el rollo del vampiro. Mi mito de terror favorito es Drácula”, le respondió el ceutí. Recuerda que el francés se le quedó mirando, pero “no dijo nada”. Aquello sucedió durante una celebración en mitad del rodaje. Al concluir, antes de que todos procedieran a marcharse, el artista del país vecino corrió hacia el coche donde Lorda pretendía irse, le dio un abrazo y, en inglés, le soltó: “Hermano, pronto nos veremos”.
Así fue. A finales de 2023, recibió una llamada en la que le preguntaban si quería colaborar en una película de Drácula que se rodaría en Francia, para colaborar “como soporte técnico de efectos especiales”. Hasta París viajó meses después, al estudio de la productora, los Dark Matters en Tigery, donde construyeron grandes decorados para el castillo de Transilvania y otros escenarios históricos, combinando paisajes nevados con la opulencia parisina para crear una atmósfera gótica y romántica. “Los estudios son grandísimos, yo nunca había visto naves tan grandes. Mucho mayores que las del Tarajal. Eran barriadas enteras”, explica Lorda.
En el rodaje de la cinta enfocada en la historia de amor entre Vlad y Mina, el ceutí volvió a coincidir con su amigo pelirrojo, que en aquella ocasión no era un mero personaje secundario. “Caleb es un tío increíble. Se ponía la peluca de Drácula para asustar a todo el mundo, y después pedía perdón, porque es muy educado, pero un cachondo”, expresa Juan Carlos Lorda sobre el actor Caleb Landry Jones, protagonista de la película. “Lo borda. Se mete en el papel”, comenta sobre su actuación. “Yo estaba allí disfrutando como un niño chico. Me quedaba alucinando con todo”, insiste el ceutí. Cree que aquello fue “un regalo” del artista francés, que quiso “hacer un poco de justicia” y darle el lugar que sabía que merecía Lorda tras ver sus creaciones. Aquel profesional valoró su trabajo como le gustaría que lo hicieran en su tierra.
“Cuando me vaya de Ceuta algún día dirán: este tío fue el que llevó el nombre de Ceuta a todos lados. Ahora mismo no me hacen ni caso”, lamenta Juan Carlos Lorda. Incluso, ha intentado ofrecer clases de efectos especiales en la ciudad, pero asegura que sus propuestas han sido ignoradas. “No tengo ayuda por parte de la ciudad, ninguna”, insiste. El artista también relata que un intento de colaborar en una exposición no fructificó. Cuenta que le pidieron exhibir sus piezas sin compensación económica, mientras que otros artistas foráneos sí recibían remuneración.
“Me molesta que traigan a un tío de afuera y lo tengan muy bien mirado. A mí me pedían llevar todas mis cosas sin cobrar ni un duro. Eso no es así”, afirma. Lorda recuerda que en los años 90 y primeros de los 2000 sí recibió reconocimiento local, cuando participó en carrozas y dio clases a jóvenes: “Me reconocieron bien… pero después nada”. Asegura que ni siquiera personas con cargos públicos que lo conocen han podido —o querido— ayudar: “Hablan mucho, te venden la moto un día, y después es mentira todo”.
Actualmente trabaja en una pieza de gran formato para un coleccionista privado. “Es una cara de un metro o más, todo a mano, sin moldes. Una pieza única”, describe sobre su proyecto para un fan del metal alemán, inspirado en una figura de estilo “Joker-duende”. Pese a las dificultades, mantiene abierto su estudio y sigue creando obras bajo pedido. “Quien quiera venir, bienvenido sea”, afirma, mientras continúa esperando que su ciudad reconozca a un creador que, según denuncia, Ceuta “se ha portado muy mal” con él en lo artístico.
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