CULTURA
Los Viejos -y buenos- tiempos
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Es difícil, cuando un creador comienza una obra, prever si va a tener éxito de pública y crítico y, segundo, si va a ser una cuestión efímera o en generaciones posteriores se seguirá contando con el beneplácito del público. Suponemos que al británico Harold Pinter, (1930-2008), ganador del Nobel de Literatura en 2005 estas dudas también le asaltarían a la hora de pergeñar, de idear, de imaginar cada obra. Porque entendemos que crear una obra de la magnitud del hombre que tiene un teatro con su nombre en la metrópoli londinense, lo primero que tiene que hacer quien la escribe es verla, sentirla, sufrirla mentalmente. Y claro, la duda: esas emociones, esos altibajos, esas sorpresas ¿serán captadas por el público?.
Todo parte de un encuentro entre dos viejas amigas que llevan veinte años -en efecto: para según que cosas no son nada- sin verse. Muy british: cordialidad, salón confortable y el recuerdo de las correrías y pillerías de antaño que envuelven el encuentro entre las viejas amigas y el marido de la anfitriona. Pero, hete aquí, que una travesura entre compañeras de piso en la edad juvenil resulta ser la pieza para conectar a los tres personajes en esa etapa de la vida en la que todo se graba a fuego. La adolescencia tardía, la juventud temprana. Esa enfermedad que solo se cura con el tiempo.
Este año se cumplen 20 desde que Pinter recibiera el Nobel de Literatura. En su fértil y fecunda imaginación, seguro que tuvo algún momento para preguntarse qué tipo de público vería su obra. Por ejemplo, en Ceuta; una pequeña ciudad española en África ubicada justo enfrente de la última colonia europea. Gente de mediana edad, con ganas de ver teatro. El encanto de esas obras pequeñas en cuanto al número de intérpretes, lo que obliga a serlas intensas en detalles, en guión, en gestos. A que la complicidad entre el cuadro interpretativo sea tan importante como el trasfondo de la obra.
Si Mr.Pinter pudiera leernos, le tranquilizaría saber que sus personajes en esta representación española de su muy británico argumento están en buenas manos. Las de tres de los rostros más conocidos del panorama teatral, televisivo y cinematográfico de nuestro país. Marta Belenguer es mucho más que la chica pizpireta de Cámera Cafe, aunque ese sea nuestro primer recuerdo de ella. Mélida Molina es uno de esos rostros que, a poco se consuma algo de televisión y cine patrios, nos son extremadamente familiares. Y Alterio. Ernesto. Hijo de Don Héctor, el coloso que llegó desde Argentina, y hermano de Belén.
Los tres dan forma a una obra interesante, donde algo tan sencillo como el intercambio de ropa íntima femenina entre dos compañeras de piso desencadena una auténtica avalancha de acontecimientos. Un efecto dominó que se convierte en una agradable y sugestiva oferta para una tarde de otoño en Ceuta. Viejos, y buenos, tiempos.
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