Tato Tuhami: el aficionado que convirtió su vida en un eterno grito de ‘¡Vamos Ceuta!’
JUGADOR Nº 12
La historia de Tato es también la historia del Murube: un campo que ha visto desaparecer clubes, renacer ilusiones y crecer a un niño que nunca dejó de creer en su equipo
Hay vidas que se explican solas con una sola frase. Y la de Tato Tuhami se resume así: nunca ha fallado al Ceuta. Desde niño, desde aquellos ocho o nueve años en los que descubrió que había un lugar donde todo tenía sentido: el Alfonso Murube. Allí, en ese viejo templo que vio transformarse una y mil veces, nació una pasión que no ha conocido descanso ni duda.
Tato recuerda los días del Atlético Ceuta con la claridad de quien revive escenas grabadas a fuego. Lo vio desaparecer, lo vio unirse, lo vio renacer convertido en la Agrupación Deportiva Ceuta. Y él siempre estuvo, siempre acompañando la historia como si formara parte de ella. Recuerda aquel partido mítico contra el Schweppes de Melilla, en 1969, cuando se celebró un ascenso que luego hubo que volver a disputar lejos de casa. Recuerda el viaje, la incertidumbre. Y aun así, lo dice con la serenidad de quien sabe que todo eso, desde tan pronto, lo ató al club para siempre.
De pequeño, su padre le daba para el autobús. Pero él prefería venir andando. Guardaba las monedas para entrar al campo. Cuando no podía, se colaba por una tapia, esperaba que algún balón cayera fuera para recogerlo y poder entrar con él o se quedaba pegado a una farola cerca de Santa Teresa para ver lo que pudiera. Todo valía cuando se trataba de ver al Ceuta. Porque hay amores que nacen de la manera más humilde y se vuelven gigantes.
Tato se ha pasado la vida entera siendo testigo del Ceuta. De todas sus etapas. De todas sus ilusiones. Habla de Pepe Millán como quien recuerda una época dorada. Se emociona al mencionar nombres que solo los más veteranos guardan en la memoria: Alcalá, Quinichi, Ormaza, Lima, Zacarizo. Y más tarde Valenzuela, Conejo, Aramburu. Cada uno de ellos existe para él con una nitidez que solo concede la fidelidad absoluta.
Este pasado martes 11 de noviembre cumplió 70 años. Y aun así, cuando habla del equipo de este año, su voz es la de un chaval que sigue vibrando en la grada. Ha viajado a Valladolid, a Cádiz, a Córdoba. Se sube al AVE, a un barco o a lo que haga falta, porque el Ceuta sigue moviéndolo como si tuviera veinte años. “Estoy sorprendido”, dice, y sonríe. “No esperaba tanto”. Pero ahí está, entregado como siempre, confiando como siempre, sufriendo como siempre.
Analiza al equipo sin fanatismos, con esa mezcla extraña entre afición y conocimiento que solo tienen quienes han visto miles de partidos. Habla de Matos, de Marcos Fernández, del estado de gracia de Carlos Hernández, de la solidez de los porteros. Habla con calma, pensando cada palabra, como si todavía le pesara en los hombros aquella etapa en la que fue árbitro y aprendió a ver el fútbol desde dentro. Tato no exagera, no insulta, no se descompone: él vive el fútbol desde un sitio más profundo.
Recuerda las épocas en las que la afición viajaba en masa. Diez autocares. Barcos llenos. Ciudades enteras teñidas de blanco. Era otra economía, otra vida, otra Ceuta. Pero él estaba allí, igual que está hoy, aunque la sociedad haya cambiado y los partidos puedan verse en cualquier televisión. Él no ha sustituido la grada por ninguna pantalla.
Ha visto partidos que dejaron huella. Ha visto al Ceuta llenando el campo a reventar. Ha visto a equipos grandes en Copa frente al Ceuta, ha visto reportajes, ascensos, decepciones, abandonos, resurrecciones. Ha visto lo mejor y lo peor. Y aun así, nunca ha pensado en soltar la mano del escudo.
Cuando recuerda la eliminación de la Copa del Rey, la pasada temporada ante el Osasuna, en los últimos minutos, todavía se le encoge la expresión. “Ese partido estaba ganado”, dice. No lo dice con rabia, sino con una mezcla de incredulidad y ternura. Porque el dolor también forma parte del que lleva toda una vida en la grada. Y él lo entiende. Lo asume. Lo integra.
Antes de despedirse, una pregunta. ¿Qué dirías si te llamaran al vestuario antes del partido contra el Leganés? ¿Qué palabras elegiría un hombre que lleva más de 60 años alentando desde fuera para hablarle a quienes hoy llevan la camiseta?
Tato no duda ni un segundo. “Que se relajen. Que se quiten los nervios. Que tengan más acierto de cara al gol. Que vayan sin miedo. Que confíen.” Y remata con una convicción que no necesita demostraciones: “Podemos ganar a cualquiera”.
Porque para él, como para todos los que sienten el Ceuta muy adentro, la esperanza no depende de la clasificación ni del rival. La esperanza es su manera de vivir. Su manera de empujar. Su manera de estar.
Más de 60 años después de aquel niño que andaba kilómetros para ahorrar el dinero del autobús y así poder ir a ver al Ceuta, Tato sigue ahí. Con la misma voz. Con la misma fe. Con el mismo corazón.
Hay aficionados. Hay fieles. Hay testigos de una vida.
Y luego está Tato Tuhami, que es todo eso y un poco más: el jugador número doce que nunca, jamás, ha dejado solo a su Ceuta.