Ceuta sigue esperando

Tres años después de la firma del Plan Integral de Desarrollo Socioeconómico, Ceuta sigue esperando. Esperando explicaciones, esperando proyectos, esperando resultados. Lo que nació como una gran promesa de transformación se ha convertido en un silencio administrativo que pesa más que cualquier inversión pendiente. Y no hay excusa posible: el propio documento preveía transparencia, informes semestrales y una comisión de seguimiento que nunca se ha reunido.
Los ceutíes tienen derecho a saber qué se ha hecho con un plan que fue presentado como la hoja de ruta para cambiar el rumbo económico y social de la ciudad. Sin embargo, la opacidad del Gobierno ha convertido aquel compromiso en una incógnita. Nadie conoce los porcentajes de ejecución, ni los fondos invertidos, ni los plazos reales. Y eso, en política, se llama falta de respeto institucional.
Mientras tanto, los grandes proyectos —el instituto del Brull, la Ciudad de la Formación Profesional o las mejoras sanitarias— siguen sobre el papel. Ni rastro de las obras, ni rastro de avances. Y lo peor es que ni siquiera se da la cara para explicar por qué. La sensación que queda es la de un plan que envejece sin aplicarse, una promesa que caduca sin cumplirse.
Ceuta no puede permitirse que un plan que debía ser motor de progreso termine siendo otro ejemplo de desidia burocrática. No es una cuestión de colores políticos, sino de responsabilidad. Los ciudadanos no piden milagros, solo hechos, claridad y voluntad. Y de momento, ninguna de las tres ha llegado.
El Gobierno aún está a tiempo de rectificar. De abrir las puertas, publicar los datos y demostrar que aquel Plan Integral no era solo un eslogan bien redactado. Ceuta necesita compromiso real, inversión tangible y transparencia sin excusas. Porque el futuro no se anuncia: se construye.
Porque cuando se trata del futuro de Ceuta, el tiempo que pasa sin resultados no es neutro: se traduce en oportunidades perdidas, en jóvenes que se marchan y en una ciudad que, una vez más, sigue esperando.