La Constitución como dique frente a la polarización
En un tiempo en el que el ruido parece imponerse al razonamiento y la consigna al argumento, las palabras del presidente Vivas resuenan como un recordatorio imprescindible: la Constitución no es únicamente un texto jurídico que se celebra cada 6 de diciembre, sino el pilar que sostiene nuestra convivencia democrática. Nació del consenso, del diálogo y de la renuncia mutua, y por eso continúa siendo —como subrayó— un punto de encuentro frente a un clima político que amenaza con fracturarse cada vez más.
La advertencia del presidente no es retórica. Vivas señaló con claridad que la polarización no es una abstracción teórica, sino un deterioro real que se manifiesta en el insulto que sustituye al debate, en los muros que reemplazan a los puentes y en la lógica del “todo vale” que convierte al adversario en enemigo. Cuando la política se reduce a trincheras irreconciliables, perdemos todos: se erosiona la confianza en las instituciones, se difuminan los consensos básicos y la democracia se vuelve, para demasiados ciudadanos, un paisaje ajeno.
Desde la singularidad de Ceuta, Vivas insistió en que la Constitución sigue ofreciendo un marco sólido y vigente: garantiza la igualdad sin discriminación en una ciudad marcada por la diversidad; sostiene la solidaridad entre territorios que permite avanzar en bienestar y oportunidades; preserva la separación de poderes y la independencia judicial, esenciales para cualquier Estado de Derecho; y ampara la integridad y la soberanía nacional, factores decisivos para la estabilidad de la ciudad.
Pero más allá de los principios, el presidente llamó a algo que hoy parece una exigencia excepcional: responsabilidad y lealtad institucional. Recordó que los avances conseguidos en seguridad, infraestructuras, frontera o desarrollo económico no hubieran sido posibles sin cooperación entre administraciones, incluso cuando el clima político nacional soplaba en sentido contrario.
En esta línea, su homenaje a las víctimas del terrorismo —“que pagaron con su vida el precio de la libertad”— devolvió al discurso una dimensión moral que trasciende coyunturas y debates: la democracia se sostiene también sobre la memoria de quienes, en los momentos más oscuros, defendieron los valores que hoy algunos parecen olvidar con demasiada facilidad.
Vivas concluyó apelando a la concordia que hizo posible la Transición. Esa concordia, lejos de ser un ideal nostálgico, sigue siendo un horizonte necesario para evitar que la crispación devore los espacios comunes que nos unen. En una época acostumbrada al conflicto permanente, recordar el valor del entendimiento no es un gesto ceremonial: es una urgencia democrática.
La Constitución no puede convertirse en un refugio simbólico; debe seguir siendo un compromiso activo. Y la advertencia es clara: si permitimos que la bronca suplante al diálogo, no será la política la que pierda, sino la sociedad entera.