La gran farsa

El Gobierno vendió la apertura de las aduanas comerciales de Ceuta y Melilla como un “hito histórico”, pero lo cierto es que la realidad va por otros derroteros. El intercambio comercial apenas se mueve, los empresarios desconfían y Marruecos impone limitaciones que dejan en evidencia un proyecto más propagandístico que efectivo. El diputado ceutí del PP, Javier Celaya, lo tiene claro: sin reglas claras y sin garantías jurídicas, nadie se arriesga a invertir tiempo y dinero en una operación que puede quedarse bloqueada en la frontera en cuestión de horas.
Por eso, la Proposición No de Ley que defenderá este martes cobra tanto sentido. Lo que pide Celaya no es nada descabellado: una guía elaborada por el ICEX que explique con transparencia qué se puede importar y exportar, qué beneficios pueden esperar las empresas y, sobre todo, que aporte seguridad a un tejido empresarial ya de por sí castigado. Si el Gobierno presume de apertura, qué menos que ofrecer certezas en lugar de fotos y titulares huecos.
No se trata solo de la actividad comercial. Marruecos ya ha demostrado que puede cerrar la aduana cuando le convenga, como ocurrió en julio con la excusa de la Operación Paso del Estrecho. Y mientras tanto, aquí seguimos con promesas que se diluyen y con la sensación de que la política exterior española se maneja con guantes de seda ante Rabat, aunque eso implique dejar a Ceuta y Melilla en el aire.
Lo peor es que la improvisación no se limita a las aduanas. El contrato marítimo de interés público entre Ceuta y Algeciras expiró el pasado julio y seguimos sin alternativa firme. El pliego lanzado por el Ejecutivo no ofrece mejoras sustanciales y deja los precios liberalizados en las temporadas clave, justo cuando más falta hace atraer turismo. Es otro ejemplo de cómo se juega con la economía y el futuro de la ciudad mientras se multiplican los discursos triunfalistas.
Al final, la sospecha del PP no es solo una cuestión de partido: es la constatación de que lo anunciado como un gran logro se ha quedado en una farsa a medias. Si el Gobierno quiere que la ciudadanía confíe, deberá pasar de la propaganda a los hechos. Porque la paciencia, igual que las oportunidades, también tiene un límite.