Mares que duelen

Traslado del cadáver.
Traslado del cadáver. | EL PUEBLO
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28 nov 2025 - 01:38

La noticia volvió a romper la mañana en Ceuta como un jarro de agua fría: otro cuerpo sin vida recuperado en las aguas de Benzú. Un hombre sin nombre, sin historia contada, que se suma a una estadística que ya debería estremecernos a todos. Con este hallazgo, son ya 43 los cadáveres localizados en lo que va de 2025, una cifra que deja pequeño el total del año pasado, cuando se cerró con 21. Y aunque los números nos sirven para medir la magnitud del drama, no hay que olvidar que detrás de cada uno de ellos hay una vida truncada, un propósito que quedó en mitad del mar y un viaje que nunca alcanzó su destino.

Cada recuperación es un recordatorio doloroso de una realidad que, poco a poco, solemos colocar en un rincón incómodo de la conciencia. Nos acostumbramos a estas noticias con una rapidez inquietante, escuchándolas casi como quien revisa el parte del tráfico o el pronóstico del tiempo. Pero la normalización es peligrosa: deshumaniza, enfría, convierte tragedias personales en meras líneas de un teletipo. Y cuando llegamos a ese punto, corremos el riesgo de perder empatía, de mirar sin ver, de escuchar sin que nos importe realmente lo que está pasando a pocos metros de nuestras costas.

La pregunta que inevitablemente nos ronda es qué está ocurriendo para que la cifra se haya duplicado con tanta crudeza. Tal vez haya más personas intentando cruzar, empujadas por la desesperación; tal vez las rutas sean cada vez más arriesgadas; quizá estemos ante un fallo acumulado de políticas, recursos y atención. Lo cierto es que, sea cual sea la combinación de factores, estamos frente a un problema que se repite año tras año sin que encontremos una solución efectiva. Y mientras tanto, el mar sigue devolviendo cuerpos, como si insistiera en recordarnos lo que preferimos ignorar.

Lo que más inquieta es la sensación de que esta tragedia se ha convertido en “lo habitual” para una ciudad fronteriza como Ceuta. Pero no debería serlo. No debería serlo para quienes viven aquí, ni para quienes llegan buscando una oportunidad mínima, ni para un país que presume de valores humanitarios. Convertir en rutina la muerte de personas en nuestras aguas es una renuncia moral que no deberíamos permitirnos, porque implica aceptar que algunas vidas valen menos que otras según el lado del mar en el que nacieron.

Duele. Y duele porque estas muertes no tendrían por qué ser inevitables. Duele porque cada cadáver recuperado señala un fracaso colectivo, una suma de decisiones mal tomadas o no tomadas en absoluto. Y duele, sobre todo, porque parece que hemos ido perdiendo capacidad de escandalizarnos, como si estuviéramos amortiguados ante el horror. Quizá sea hora de que cada una de estas historias vuelva a sacudirnos como debería, recordándonos que la indiferencia también mata, aunque lo haga en silencio.

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