Médicos al límite

Este viernes, las puertas del Hospital Universitario de Ceuta vieron un ejemplo extremo de dedicación: Enrique Roviralta, otorrinolaringólogo, pasó desde la medianoche hasta las tres de la mañana operando de urgencia y, apenas unas horas después, estaba de vuelta en su consulta a las 8:00. Historias como la suya reflejan una realidad que pocos perciben: muchos médicos soportan jornadas que superan con creces lo razonable, con guardias mal remuneradas, horas que no computan para la jubilación y un desgaste físico y emocional que amenaza su salud y la de sus familias.
Por eso no sorprende que medio centenar de profesionales se concentrara este viernes en Ceuta, pancarta en mano, para exigir al Ministerio de Sanidad un estatuto propio, que reconozca su formación, su liderazgo clínico y las particularidades de su labor. Lo hacen con respeto hacia los pacientes, conscientes de que su ausencia momentánea tiene un propósito mayor: advertir sobre las consecuencias de la sobrecarga y la falta de reconocimiento.
El debate no es solo sobre dinero o privilegios. Se trata de dignidad y sostenibilidad del sistema sanitario. Jornadas que superan las 90 horas semanales, sueldos desfasados y contratos temporales que impiden proyectar una vida estable son problemas que, si no se corrigen, pueden vaciar de médicos nuestras consultas y quirófanos. Como dice Merinas, sin médicos no hay sanidad. Y esto no es una exageración: la calidad del sistema depende directamente de que quienes lo sostienen puedan trabajar en condiciones justas.
El seguimiento del paro ha sido modesto en cifras —solo un 6,41% en Ceuta y Melilla—, pero el mensaje es claro: no se trata de confrontar, sino de abrir un diálogo urgente. No es pedir privilegios, es reclamar la atención que merece una profesión cuyo compromiso con la sociedad ha sido incuestionable durante décadas.
Si queremos un sistema sanitario que funcione, no podemos seguir confundiendo la dedicación heroica con docilidad. Los médicos no piden aplausos, sino condiciones para seguir cuidando sin que la vocación se convierta en sacrificio insostenible. Ignorar esto sería condenar a la sanidad pública a una pseudomedicina incapaz de atender como es debido.