Menores y fronteras

La memoria anual de la Fiscalía vuelve a poner el foco en Ceuta y la costa gaditana, convertidas en puntos calientes de la inmigración juvenil. En 2024 se practicaron más de mil pruebas de determinación de edad en nuestra zona, un dato que supone casi el 14% del total nacional. No es un número menor: refleja la presión de una frontera que no entiende de estadísticas, pero sí de realidades humanas. Detrás de cada expediente hay un joven que, con mochila o sin ella, llega buscando protección.
El procedimiento no es sencillo ni está exento de polémica: radiografías, entrevistas, documentos que muchas veces no existen. Se trata de decidir si quien está delante es un menor o no, con todo lo que eso implica en términos de derechos. Y aunque el Ministerio Público insiste en la necesidad de rigor, no conviene olvidar que hablamos de chicos y chicas solos, a miles de kilómetros de casa, que merecen algo más que una fría lectura de su edad ósea.
Al mismo tiempo, la Fiscalía alerta sobre la delincuencia juvenil y los problemas asociados: drogas, absentismo escolar, violencia y el mal uso de las redes sociales. Ceuta, por desgracia, no es ajena a esa realidad. Y el informe es claro: hacen falta respuestas rápidas, educativas y familiares, no solo judiciales. Porque saturar juzgados con chavales no resuelve nada si después se les devuelve a la calle en el mismo contexto que les empuja a delinquir.
Otro capítulo preocupante es el de la violencia de género y la exposición de los menores a entornos familiares violentos. Aquí Ceuta también tiene cifras elevadas. Los fiscales insisten en que hay que reforzar recursos de protección y no temblar a la hora de suspender visitas o custodias si lo que está en juego es la seguridad de los niños. Esa valentía institucional es tan necesaria como urgente.
La memoria de la Fiscalía refleja un espejo incómodo: Ceuta es pequeña, pero carga con problemas de gran ciudad. La inmigración, el narcotráfico y la violencia entre menores son realidades que no se pueden maquillar. Y aunque los datos abruman, hay una lección clara: más que estadísticas, lo que necesitamos son recursos, prevención y, sobre todo, humanidad.