Una Reunión de Alto Nivel con muchas dudas para Ceuta
La reciente Reunión de Alto Nivel entre España y Marruecos ha vuelto a poner de manifiesto una constante en la relación bilateral: la distancia entre los anuncios oficiales y la realidad palpable. La decisión del Gobierno de celebrar el encuentro a puerta cerrada, sin comparecencias ni explicaciones detalladas, no solo ha generado malestar en la oposición; ha alimentado una sensación creciente de opacidad que no favorece ni a la diplomacia ni a la ciudadanía a la que esta debe servir.
Ceuta y Melilla, ciudades fronterizas y símbolos de la integridad territorial española, siguen siendo el gran tema ausente en los comunicados conjuntos. Su exclusión del dossier remitido por Moncloa tras la cumbre —119 puntos sin una sola mención— resulta llamativa, especialmente cuando se trata de los territorios más directamente afectados por la política marroquí en materia comercial y migratoria. Ignorar lo evidente no lo hace desaparecer.
La situación de las aduanas comerciales es una muestra clara de ello. España presentó su reapertura como un hito diplomático, un gesto que supuestamente sellaba un nuevo entendimiento con Rabat. Sin embargo, la realidad es que continúan funcionando a medio gas, sometidas a una estrategia unilateral de Marruecos que avanza a ritmos propios y con prioridades opacas. La normalización prometida sigue siendo, en el mejor de los casos, incompleta.
A esto se suma un problema aún más profundo: la constante negativa de responsables marroquíes a reconocer explícitamente la soberanía española sobre Ceuta y Melilla. Las reiteradas comparaciones con Gibraltar no son una simple anécdota diplomática; revelan una narrativa que Rabat mantiene abierta y que exige respuestas firmes. El silencio o la ambigüedad no fortalecen la posición española.
En el terreno migratorio, la fragilidad es aún más evidente. La cooperación de Marruecos, indispensable para la gestión de los flujos hacia Canarias y Ceuta, es a menudo intermitente y politizada. España, señalada por la Unión Europea como país bajo “alta presión migratoria”, necesita una estrategia de Estado que no dependa únicamente de la buena voluntad coyuntural del vecino del sur. La seguridad fronteriza no puede ser moneda de cambio en ningún equilibrio diplomático.
El Gobierno sostiene que la relación con Marruecos atraviesa un momento ejemplar. Pero las dudas, justificadas, siguen creciendo. ¿Qué contrapartidas se han ofrecido para lograr esa supuesta estabilidad? ¿Qué compromisos reales ha asumido Rabat? ¿Cómo se piensa afrontar la presión sobre el espacio aéreo del Sáhara o la disputa por los recursos estratégicos del monte submarino Tropic? Preguntas así no pueden quedarse sin respuesta.
La relación con Marruecos exige pragmatismo, cooperación y respeto mutuo. Pero también demanda transparencia, firmeza y una defensa inequívoca de los intereses nacionales. La política exterior es demasiado importante como para gestionarse entre sombras y silencios.