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El aire que respiramos
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Hay un momento en el que uno se da cuenta de que el aire está demasiado cargado. No hablo de contaminación ni de humo de coches: hablo de palabras. De las que se dicen, de las que se repiten, de las que se clavan. Desde hace un tiempo, el discurso público en España parece un escaparate de frases hechas, de insultos reciclados y de metáforas bélicas que convierten cualquier debate en una guerra de trincheras.
Los políticos lo hacen porque saben que una palabra gruesa siempre llega más lejos que un argumento sereno. Los influencers lo hacen porque entienden que una polémica viraliza mejor que una reflexión. Y el ciudadano de a pie, usted y yo, acaba respirando ese aire cargado, llevándolo a la cena familiar, al grupo de WhatsApp o a la barra del bar.
El problema no es que discutamos: es que discutimos como si estuviéramos dispuestos a perder al otro en la discusión. Como si las palabras fueran balas y no puentes. La democracia, esa palabra que últimamente se manosea como un objeto de usar y tirar, no se sostiene en gritos ni en eslóganes, sino en la delicadeza de hablar sabiendo que enfrente hay alguien con quien, aunque no lo soportes, tienes que seguir compartiendo país.
España siempre ha sido un lugar de conversación, incluso cuando la conversación era imposible. Lo sabemos por historia y por cicatrices. Y sin embargo, parece que olvidamos cada día que una palabra mal dicha abre una grieta que luego cuesta décadas cerrar. El clima irrespirable no lo provoca solo la economía ni la política internacional: lo provoca también la manera en que nos hablamos entre nosotros.
Quizá haya llegado la hora de ser un poco más responsables. De medir lo que decimos no para hablar menos, sino para hablar mejor. De recordar que la democracia no es un campo de batalla, sino una casa común donde el respeto al vecino es la única norma que no se puede negociar.
El aire que respiramos es el de las palabras que decimos. Si seguimos cargándolo de insultos y de exageraciones, acabaremos viviendo todos en un país que no se podrá ni ventilar. Ojalá sepamos abrir las ventanas a tiempo.
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