Regulares de Ceuta, la memoria que sigue marchando
OPINIÓN
Hay unidades militares cuya historia pesa como un legado y brilla como un símbolo.
Los Regulares de Ceuta son una de ellas.
Y cuando uno repasa su pasado, es imposible no sentir respeto por aquellos hombres que hicieron de la lealtad un idioma propio y del valor una forma de estar en el mundo.
Su historia comienza en la ciudad hermana de Melilla en 1911, con la creación de los Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas, formados en su mayoría por soldados marroquíes bajo mando español.
Desde el principio destacaron por algo que no se enseña en ningún manual: el coraje en situaciones límite.
En los barrancos del Rif, en las kabilas más remotas, en los lugares donde la guerra era casi siempre desigual, los Regulares escribieron capítulos que aún hoy estremecen.
Basta recordar Igueriben o la defensa desesperada de los puestos durante los días previos al desastre de Annual en 1921.
Cuando otras unidades se desmoronaban por la presión, los Regulares se mantuvieron firmes, cubriendo retiradas, protegiendo a compañeros y enfrentándose a situaciones imposibles.
Su participación en la operación de socorro tras la caída de Monte Arruit también dejó testimonios de humanidad, disciplina y sacrificio.
Años después, en Xauen o en la dura campaña de 1925 que culminó con el desembarco de Alhucemas, los Regulares volvieron a demostrar que eran algo más que una fuerza militar: eran una hermandad forjada en la adversidad.
Muchos de aquellos combatientes recibieron medallas por actos de valor que hoy casi parecen relatos legendarios, pero que están registrados en partes oficiales y en la memoria de quienes sirvieron junto a ellos.
Cuando terminó el Protectorado y las estructuras militares cambiaron, el espíritu Regular no desapareció: viajó, evolucionó, arraigó.
En Ceuta encontró un hogar sólido.
Aquí, en esta ciudad que mira al mar y al continente africano al mismo tiempo, la tradición de los Regulares no es solo un recuerdo: es una presencia viva.
Hoy, ver desfilar a los Regulares de Ceuta es contemplar una historia que sigue caminando.
El paso lento —único en el Ejército español— no es solo estética: es memoria.
Es la forma en que aquellos soldados indígenas marchaban para no romper la formación en terreno difícil.
Es un homenaje permanente a quienes lucharon antes, a quienes no volvieron, a quienes construyeron la identidad que hoy perdura.
En tiempos en los que la memoria histórica suele debatirse desde trincheras ideológicas, los Regulares representan otra cosa: una herencia humana y militar que sobrevive porque se sostiene en hechos concretos, en sacrificios reales, en lealtades que no conocen épocas.
Por eso esta carta, este artículo, esta reflexión —como cada cual quiera llamarlo— va dirigida a ellos, los Regulares de hoy y a los de ayer.
Gracias por mantener vivo un legado que nació en el Protectorado pero que ya pertenece a España entera.
Gracias por cuidar una tradición que no se impone: se hereda.
Gracias por seguir demostrando que el honor, cuando es auténtico, no envejece.
Mientras Ceuta siga escuchando vuestro paso firme, la historia seguirá viva.
"Fiel Regular hasta morir".