SHINBONE STAR
Vivir para contarla
SHINBONE STAR
El autor de ‘Cien años de Soledad’ y del mejor reportaje jamás escrito en lengua castellana –‘Crónica de una muerte anunciada’ es una impecable información vestida de novela-tituló su autobiografía como el encabezamiento de este artículo. El colombiano más importante de la historia, el hombre que decía que cuando cantaba El Lebrijano se mojaba hasta el agua, hacía un razonamiento complejo pero sencillo en esas tres palabras: para contar la vida, hay que vivir, hay que llegar a viejo, hay que tener madurez, memoria y perspectiva.
Pensaba en ello mientras venía de cubrir un acto en favor de Palestina convocado por un grupo de estudiantes. Se puede o no estar de acuerdo con el sentido de la manifestación, pero el haber leído algo -nunca lo suficiente- de historia y tener cierta memoria te hace alejarte de la pasión con la que ese puñado de jóvenes recorría las calles de Ceuta por una causa en la que creen. Lo primero, lejos de situarme en una posición equidistante, es que todo tiene matices.
Vivo para contarla, con casi medio siglo de existencia, como García Márquez. Recordaba el martes cuantos conflictos me han impresionado a lo largo de la historia: mi generación es la que vio caer el Muro de Berlín y creyó que el mundo era oficialmente feliz con los alemanes de un lado y otro abrazándose sobre las costras de una herida en el corazón de Europa. Pero también crecimos oyendo hablar de los crímenes de la Guerra Civil del pasado siglo -del franquismo, y de los otros-, de los vuelos de la muerte en Argentina y Chile. Descubrir a Reinaldo Arenas o Marjane Sartrapi fue descubrir los horrores del Castrismo en la prisión de El Morro o el sufrimiento del pueblo iraní, que sustituyó a unos autócratas por otros. Vi por televisión como lo peor del ser humano afloraba en la antigua Yugoslavia y en un país que ninguno sabríamos situar en el mapa: Ruanda.
Me emocionó ver a Nelson Mandela salir de la cárcel y convertirse en presidente de Sudáfrica, pero décadas después la pobreza sigue siendo sistémica en muchos lugares de aquel país. Tuve alguna esperanza en que lo de Obama no fuera simplemente carisma y telegenia -no he visto otra cosa igual en ese sentido- pero luego la realidad estropeó aquella ilusión. Lo mismo me pasó con los indignados del 15 M o aquel profesor con coleta que prometía tomar el cielo por asalto y acabó haciendo justo lo contrario de lo que predicaba. “Y las gentes de las casitas, se sonríen y se visitan, van juntitas al Supermarket y todas tienen un televisor”…
Me asustó la pandemia, pero en esos momentos recordaba que crecí en unos años en los que otro virus mataba doblemente a drogadictos y homosexuales: la muerte física y el estigma por haber tomado el camino erróneo o haber amado de manera diferente. Hoy Arnaldo Otegi protesta por la muerte de niños en Palestina. Comparto su dolor, pero moriré esperando una condena tan pasional sobre sus compañeros que vieron jugar a los hijos de la Guardia Civil aquella mañana en Zaragoza y, pese a ello, apretaron el botón. Y hablando de terrorismo: algún día tendré que sentarme con mi hija y explicarle porque estoy algo más serio de lo habitual, o incluso me brilla la mirada, cada vez que llegan ciertos días de marzo, agosto o septiembre.
En conclusión: que ojalá, a esta, sea de verdad que llegue la paz a aquellas tierras. Y a tantos conflictos de los que nos olvidamos, siquiera, que existen. Lo deseo de todo corazón. Pero como he vivido para contarlo, algo me dice que aquellos muertos podridos de crueldad a los que cantaba Ismael Serrrano fueron los de Bosnia, hoy son los de Gaza y serán otros dentro de unos años. Viene siendo así desde que Julio César y Marco Antonio apoyaron a Cleopatra a cambio de trigo; desde que por treinta monedas alguien entregó al más grande de los hombres. Y no me descuadra el papel de Trump en este posible y, ojalá, definitivo arreglo: a veces la paz llega por los mensajeros más inesperados. Si la CIA no hubiese captado el sutil mensaje de Lucky Luciano mandando desde la cárcel hundir un crucero en Nueva York para demostrar que el controlaba el puerto y podía, pues, limpiarlo de infiltrados nazis, la liberación de Europa hubiera sido más compleja. Entre otros muchos ejemplos…
Pasa la vida, me sigue horrorizando el panorama, pero siempre quedarán Macondo y las veredas de Miguel Hernández . Siempre algún audio de Juan Antonio Cebrián o alguna canción de Serrat, Sabina, Jara o De la Rosa; algún verso de Aragón o Martínez Ares que volver a escuchar, nunca estará de más revisionar a Chaplin, Berlanga o Welles. Es, en definitiva, el ciclo de la vida, el armazón que me he dado para hacer más respirable esta existencia, por otra parte, tan presa de la monotonía como tantas otras.
Siempre, mientras pueda, tratar de vivir. Y mientras tenga memoria, contarla.
También te puede interesar
SHINBONE STAR
Vivir para contarla
ALGO MÁS QUE PALABRAS
El acto de nutrirse; ya no sólo de pan, también de ilusiones
ALGO MÁS QUE PALABRAS
Buscar el encuentro siempre; jamás el encontronazo
Lo último
Mira todas las imágenes
FOTOGALERÍA | Judith e Izan reciben el Sacramento del Bautismo en Nuestra Señora de África