TREINTA AÑOS DE EL ÁNGULO
11 de octubre de 1995: cuando el infierno estalló en el corazón de Ceuta
TREINTA AÑOS DE EL ÁNGULO
Más de 4.000 kilómetros separan Ruanda del Kurdistán (región noriraquí que linda con Turquía). En principio, no hay mucho en común entre ambas regiones, pero si hay un nexo en común que se antoja como un doloroso recuerdo en Ceuta. Un recuerdo que nos lleva un día como el de hoy, hace treinta años en las Murallas Reales. El día en que se desató el infierno en el corazón de Ceuta.
Todo empezó a cocerse, a fuego lento, un par de años antes. El presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana, muere en un atentado. Un misil impacta con su avión (regalo, por cierto, del ex presidente francés, Jacques Chirac), desatando un conflicto entre ‘hutus’ y ‘tutsis’ que ofrece un resultado dantesco: un millón de muertos en seis meses. A Ceuta ya han venido unos meses antes algunos ruandeses. Uno de ellos, especialmente simpático, andaba por la ciudad con una camiseta del Atlético de Ceuta y vió una puerta desvencijada en la antigua discoteca de la U.A. Ceutí. Instaló ahí su hogar; meses después, eso era una pequeña ciudad. Ahí convivieron ruandeses y kurdos, que también huían de una guerra. La situación empieza a ser insostenible; máxime cuando el Gobierno de España decide sacar primero a los kurdos. Los ‘morenos’ muestran su malestar, con alguna concentración en los meses previos ante Delegación.
Es octubre, en Ceuta. Una llovizna fina, de estas que ensucian pero no rompen, comienza sobre Ceuta. En el campamento de El Ángulo comienza una actividad inusitada. A primera hora de la mañana, un grupo de subsaharianos se presenta en la actual Jefatura Superior de Policía. Piden, simplemente, estar ahí. Minutos después, el infierno.
Los que se habían quedado empiezan a lanzar piedras contra la población civil. Piedras y todo objeto contundente susceptible de ser arrojado. De inmediato, los centros educativos cercanos (el ‘Sagrado Corazón’ y el IES ‘Puertas del Campo’) son desalojados. Los escasos efectivos policiales con los que cuenta Ceuta en esos momentos son, todos, desplazados al lugar de los hechos. No son efectivos acostumbrados a bregar en Ceuta con grandes algaradas. Ni ellos, ni el resto de una ciudad que tenía en las consecuencias del narcotráfico, su principal problema de orden público.
Sirenas, gritos... Hay población civil que se une a los agentes y, de manera improvisada, comienzan a lanzar piedras contra la sede del actual Instituto Tecnológico ‘El Ángulo’. Una mujer, de las que había prestado su ayuda a estas personas en las semanas previas, entra en el lugar para tratar -sin éxito- de mediar en el conflicto. Ella misma confesó a este periódico, que acababa de nacer, ser voluntaria de Cáritas y haber entrado en el lugar a petición de los Cuerpos de Seguridad.
Un grupo de inmigrantes, que forman la primera avanzadilla, son reducidos por la Policía Nacional y apilados en las inmediaciones del Centro Gallego. Algunos, incluso, en su intención de huir se tiran de cabeza al foso.
No son solo piedras: son barricadas, es fuego. El viento lleva las cenizas a lugares tan separados como las inmediaciones de Alfonso Murube o la Avenida de Otero. Pero el momento de más tensión está por llegar.
Antonio Arrebola, un agente de la Policía Nacional, se desploma. Se ha escuchado una detonación y el policía cae en redondo. Ha recibido un disparo en el pecho y sus compañeros, como pueden, lo sacan en volandas. Lo trasladan de inmediato al Hospital Militar de O’Donnell donde, tras una intervención de urgencia, logra salvar milagrosamente su vida. Nunca se supo quien apretó el gatillo que estuvo a punto de culminar con una tragedia aquel día, ya infausto de por si.
A primer hora de la tarde, la presión policial surte efecto. La Policía logra entrar en El Ángulo, con el apoyo de agentes antidisturbios de la Guardia Civil. Los Bomberos entran al lugar de los hechos. Ciento cincuenta inmigrantes son trasladados a dependencias policiales. La mayoría presentan heridas (golpes, contusiones, alguna fractura) y algunos precisan de asistencia médica en el antiguo Hospital de la Cruz Roja.
Al día siguiente es festivo. No se habla de otra cosa. Pero empiezan los desalojos de El Ángulo. El primer destino es Calamocarro; lo que iba a ser un proyecto de albergue juvenil se convierte en un improvisado campamento, donde durante años las condiciones de vida fueron iguales, hasta la inauguración en 2000, del actual CETI.
Peticiones de dimisión para culminar un año tenso como pocos en la actividad política ceutí
Fue lo más importante que pasó en Ceuta. Pero, desde luego, no lo único en un año en el que estrenamos Estatuto de Autonomía, se inauguró el Parque Marítimo del Mediterráneo, un tripartito PFC-PSOE-CEU impidió que el PP -ganador con 9 escaños- gobernase y, todo esto, con los ecos de la manifestación de Octubre de 1994 -hasta la del 12 de marzo de 2004, la mayor de la historia de Ceuta- resonando.
Y no fueron unos momentos, precisamente, de consenso. Basilio Fernández recuerda “un cruce de declaraciones con el entonces ministro de Interior y Justicia, Juan Alberto Belloch, que llegó a pedirme mi dimisión. ¿Qué yo dimitiera?. Si yo ya había dejado claro, por activa y pasiva, que eso era insostenible y que iba a estallar”.
Fernández recuerda que “ese mismo año teníamos una sequía pertinaz. Incluso, moví hilos para que abrir un informativo nacional diciendo que nos quedaban dos días de agua. Era una mentira piadosa: había que meterle el miedo en el cuerpo a la gente porque no teníamos reservas de agua, ni para pagar el barco que lo traía hasta Ceuta desde Huelva. Yo visitaba de cuando en cuando El Ángulo, y la imagen era dantesca”.
Mateos recuerda “que los inmigrantes estaban divididos en varios grupos, y cada uno de ellos tenía un portavoz. Hubo alguna reunión cordial, como la de aquella mañana en la que vinieron a informarme y decirme que tenía un coche esperando en la puerta”.
Aróstegui señala que “no éramos conscientes entonces, pero si inmediatamente después, de que el fenómeno migratorio había llegado para quedarse, de que era algo que teníamos que gestionar”. Entonces diputado autonómico, recuerda “como en el Pleno de la Asamblea propusimos crear algo parecido al actual CETI, bastante más digno que aquello. 23 votos en contra y 2 a favor: el de Ramón Moreda -compañero del PSPC- y el mío”.
Una parada militar en Sevilla y una petición de pasta de dientes
Ceuta acababa de iniciar su periplo autonómico, y Basilio Fernández iba a ser el primero en participar en los actos del Día Nacional. Previamente, estaba en Sevilla, para una parada militar en Plaza de España. “Yo estaba con Carmen Cerdeira (fallecida en 2007), que era delegada, y tenía el móvil apagado. En un momento determinado, veo que a Carmen la llaman, y alguien la busca y se la lleva aparte. A los minutos, vienen a buscarme y me informan de la situación”.
Al llegar a Ceuta “lo primero que hice fue llamar a Margarita Robles, entonces secretaria de Estado de Interior, y le dije que se los tenía que llevar de Ceuta. Yo, con carácter previo, ya había visitado El Ángulo y puesto en conocimiento mi preocupación. Robles me dijo que no se los podía llevar por las buenas, y yo le dije que estaba dispuesto a fletar varios autobuses y ponerlos en la Península. Me pidió calma y días después, estaban todos fuera”. Su entonces consejera de Asuntos Sociales, Salvadora Mateos, estaba reunida en esos momentos con algunos portavoces del colectivo. “La reunión acabó cuando supimos la noticia. Me llamó la atención la insistencia en pedirme pasta y cepillos de dientes”, dice.
Clases de español y un hombre en el centro de la polémica: José Béjar
Juan Luis Aróstegui era director del ‘Puertas del Campo’, instituto cercano. “Lo veíamos siempre desde las ventanas: leían, veían las ilustraciones, les dábamos agua. Y algunos profesores les daban clase de castellano. Era una mezcla de perplejidad y de compasión. El día en que aquello estalló fue muy sorprendente, y muy violento. Nadie se imaginaba como pudo aquello desencadenarse y desarrollarse. La Policía hizo su trabajo, pero nunca entenderé como la gente se lió a pedradas con esa gente, cuyas circunstancias eran deplorables”.
A escasos metros, la Iglesia de África. Dirigida entonces por José Béjar: un hombre de fuerte carácter, con no pocas polémicas con el mundo cofrade. Béjar, fue desde el primer momento quien abrió las puertas de la Iglesia a los inmigrantes, quien acudió a entregar mantas al lugar. “Doy de comer al hambriento y beber al sediento”, zanjaba en medio de comentarios e insidias sobre su persona.
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