Lucía Gutiérrez, la ceutí que desafía prejuicios junto a los carros de Carrefour
Síndrome de Down
La joven lleva cuatro años trabajando en el supermercado, al que accedió gracias al programa de inclusión laboral de la Asociación Síndrome de Down, que se congratula de haber impulsado el empleo a otras cuatro personas con discapacidad intelectual
No hay carro que se le escape a Lucía Gutiérrez (Ceuta, 34 años). El supermercado Carrefour del Centro Comercial Parques de Ceuta atestigua a diario las incansables caminatas de la joven para asegurarse de que todo está en orden. Desde hace cuatro años, se encarga de que la zona que guarda los carros de mano del establecimiento, junto a la alargada e iluminada línea de cajas, esté siempre en condiciones. Al cruzar los arcos de seguridad de la gran superficie, puede verse a Lucía si se mira a la izquierda. Con su pelo recogido en una coleta, una americana gris bien abotonada y unos guantes protegiendo sus manos, la ceutí mantiene apilados los carritos azules, que va ofreciendo a los clientes que arriban al lugar donde ya trabaja de manera indefinida, a media jornada. Al igual que su compañera, Carmen. Ambas tienen síndrome de Down y lograron emplearse en la cadena internacional aupadas por un proyecto que desde 2015 impulsa la inclusión laboral de las personas con discapacidad intelectual en la ciudad autónoma.
La evolución de Lucía hasta conseguir hacerse un hueco en el competitivo mercado de trabajo arrancó al unirse, cuando era solo una niña, a la Asociación Síndrome de Down de Ceuta. Durante años recorrió los pasillos de su sede -calle Velarde, 25- de un aula a otra para nutrirse en las clases de logopedia, matemáticas, lengua o preparación para la autonomía y la vida adulta. Hasta rematar en la oficina donde, desde hace diez años, la trabajadora social de la entidad, Máximina Paniagua, ejecuta el proyecto Apoya2. Uno que nació al detectarse la necesidad de ofrecer un futuro a sus usuarios una vez cumplen los 21 años y termina su escolarización formal. “El futuro pintaba complicado para estas personas (…) Para ellos, tener un trabajo supone, más que el dinero, la satisfacción de tener independencia y poder decir: ‘Me voy a trabajar’”, explica Paniagua sentada en su oficina, frente a Lucía Gutiérrez, que la escucha atenta desde la silla donde se sienta una vez a la semana.
Aunque tiene ya un contrato indefinido, la chica sigue acudiendo con regularidad a la asociación para el seguimiento individualizado. La asociación nunca se desvincula del todo de la persona empleada, aunque el apoyo va teniendo menos presencia a medida que el trabajador se adapta al entorno laboral y desarrolla con precisión sus tareas. “Una vez aprenden bien las tareas, no hay problema. Las personas con síndrome de down hacen muy bien las tareas repetitivas. Y son muy constantes, muy metódicos, no faltan al trabajo. Los empresarios ven que son responsables y cumplen”, continúa la trabajadora social, que quiso agradecer la apuesta de aquellas empresas que tienen contratadas -de forma indefinida- a cinco personas con el síndrome.
Jesús es reponedor en Decathlon desde hace siete años. Como enamorado de las bicicletas, logró que lo ubicaran en la sección de ciclismo. Germán hornea panes en el Covirán de Plaza de los Reyes desde hace otros seis o siete años. Aaron coloca las alarmas en los productos de la tienda deportiva Supersport. Y Carmen y Lucía, en Carrefour, la primera en horario matutino y la segunda por las tardes. Y aunque reconoce los avances, Paniagua reivindica que las empresas se doten de recursos específicos para incluir a las personas con discapacidad intelectual y así dejar de depender de su “solidaridad”. “Estamos hablando de un derecho, y los derechos se tienen, no se ganan”, defiende.
La inclusión real
“Es imposible que exista una inclusión real si no existe la incluso laboral. Es parte de la vida de cualquier persona adulta. Tenemos que trabajar para desarrollarnos en todos los sentidos. Ellos igual”, resume la trabajadora de Síndrome de Down Ceuta. Su programa de inclusión laboral se basa en el modelo de Empleo con Apoyo, que, según Paniagua, “el más eficaz para la inclusión”. “Para cualquier persona con discapacidad intelectual, el mundo ordinario tiene otra forma de organización, es complicado adaptarse a las tareas, las relaciones, las jerarquías”, explica ella. Es por esto que cada usuario del programa de inserción está siempre apoyado por un trabajador de la asociación, que hace un acompañamiento y seguimiento individualizado del caso. Una vez logran el trabajo, las primeras semanas acuden con ellos para facilitarles -que no hacerles- las tareas. Así hasta que la persona es capaz de desarrollarlas por sí misma. A medida que logra autonomía, el auxiliar va dejándola sola cada vez más tiempo hasta que ya no es necesaria su presencia.
Este recurso que ofrece la organización supone para las empresas “una gran despreocupación”. Dentro del entorno laboral, tratan de hallar alguien que ejerza de “apoyo natural”. Es decir, un compañero que pueda servirle de apoyo en caso de que lo necesite. Reconoce Paniagua que es “difícil”, debido a la movilidad de los trabajadores en las compañías grandes. Para buscar los empleos, en Síndrome de Down hacen virguerías. Jamás han empleado a alguien por medio de los canales corrientes de búsqueda de trabajo. La asociación pertenece a la Red Nacional de Empleo con Apoyo, donde las “empresas grandes” suelen ofertar puestos de trabajo, ya sea por convicción o por obligación. “Si tienes más de 50 trabajadores tienes que contratar un tanto por ciento de personas con discapacidad. El problema es que no se distingue entre tipos de discapacidad. No hay recursos específicos para la discapacidad intelectual”, lamenta.
La búsqueda de empleo para las personas con síndrome de down en Ceuta es doblemente complicada, según asegura la trabajadora social. A los obstáculos enfrentados por aquellos que nacen con una discapacidad intelectual se suma residir en una de las ciudades españolas con mayor tasa de paro. Es por ello que en la entidad estudian con precisión las ofertas y, sobre todo, preparan a sus usuarios. Actualmente tienen 10 en el programa de inclusión, incluyendo a los cinco que cuentan ya con contratos indefinidos. En la asociación los forman “para que tengan unos conocimientos mínimos”, del tipo usar el correo electrónico, acceder a las páginas de demanda de empleo, los capacitan en habilidades laborales y sociales, los educan para saber acatar órdenes y entender las jerarquías y potencian sus cualidades.
Cuando una persona quiere acceder al programa, le hacen una valoración inicial de sus competencias y, además, se cercioran de si tienen o no apoyo familiar. “El apoyo de la familia es muy importante, porque nosotros no nos desvinculamos, pero ellos están de forma continua. Sus padres tienen que creerse realmente que su hijo puede tener autonomía y trabajar. Si viene un chico cuyos padres no están convencidos, es complicado”, apunta Paniagua. Para ella, la clave está en la “información”. En lograr que la sociedad en general y el tejido empresarial en particular estén bien informados sobre lo que verdaderamente pueden hacer las personas con discapacidad, y desterrar así los prejuicios que los rodean y que Lucía, Carmen, Aaron, Germán y Jesús desafían a diario.
“Hay muchos prejuicios referentes a las personas con discapacidad. Existen porque hay mucho desconocimiento. Pero se trata de que las empresas rompan con esos prejuicios, porque las empresas son fundamentales para nosotros, son el motor. El motor para que funcione todo esto. Si no hay empresas no tenemos nada”, añade la trabajadora social. Para ella, es toda una revolución que a las personas con síndrome de down se les dé la oportunidad de sumarse a empleos ordinarios, ajenos a esos trabajos que crean exclusivamente para ellos en centros especiales. “Se trata de que las empresas colaboren y que los trabajadores pierdan ese miedo a la hora de relacionarse con una persona síndrome de down. Tienden a tratarlos con paternalismo, a estar más pendiente de cuánto trabajan. Y eso es un fallo, porque basta con apoyarlos tratándolos de igual a igual”, reflexiona.
Para Máximina Paniagua, estos 10 años de trabajo merecen la pena. “Para estos chicos era impensable, ni se planteaban la posibilidad de trabajar. Y ahora tenemos a cinco dentro de empresas ordinarias”.