“Las redes sociales no son la causa de la migración, pero refuerzan el deseo de escapar”
ENTREVISTA A JOSÉ IGNACIO CANDÓN, PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA
José Ignacio Candón, profesor de la Universidad de Sevilla y autor junto a María Guevara de la investigación “La influencia de las redes en los imaginarios sobre España de los menores migrantes marroquíes”, analiza las condiciones en que crecen estos niños y el trasfondo de quienes se juegan la vida para llegar a Europa, muchas veces alentados por lo que ven en plataformas digitales: la imagen sin dificultades del día a día de compatriotas que lograron abandonar sus países de origen en busca de un futuro mejor

Ceuta/ El trabajo de campo y de investigación que realizaron el profesor de la Universidad de Sevilla, José Ignacio Candón y la alumna María Guevara plasma hasta qué punto las redes sociales juegan un papel relevante en la migración de menores marroquíes -o de otros puntos de África y países subdesarrollados o en conflicto-. Publicado en 2024, sigue hoy de rigurosa actualidad y arroja luz sobre el porqué niños deciden jugarse la vida para llegar a una España o Europa donde, a través de vídeos virales de compatriotas que consumen en plataformas digitales, los chavales llegan a la conclusión -distorsionada- de que la única salida a la precariedad, pobreza y ausencia de futuro es emprender un camino que luego, en muchos casos, no es como imaginaban.
En la investigación “La influencia de las redes en los imaginarios sobre España de los menores migrantes marroquíes”, Candón y Guevara entrevistan a 14 niños que llegaron de forma irregular a España con una mano delante y otra detrás. Son las historias de Ali, Hamza, Mohamed, Moussa o Amine. En todos ellos se repite un mismo patrón que los llevó a jugarse la vida para dejar su país en busca de un futuro próspero, aunque desde que pusieron un pie en su nueva tierra se dieron un golpe de realidad: nada era como pintaban sus compatriotas a través de los vídeos que compartían en plataformas digitales como Tik Tok o Instagram, la fuente de información de la mayoría de chavales.
“Como todos los adolescentes, idealizan la vida en España y se dejan influenciar por esas imágenes. Pero la base es la situación de pobreza, falta de expectativas y ausencia de futuro en la que viven”, subraya Candón durante una entrevista con este diario. El profesor insiste en el ‘efecto huida’, más que en el ‘efecto llamada’, amparándose en las declaraciones que han ido recabando durante la investigación.
“El “efecto llamada” es un fenómeno complejo y reducirlo a una sola causa es un error. Lo que existe sobre todo es un efecto huida. Los jóvenes son conscientes de los riesgos, como explican en las entrevistas. Aunque descubran al llegar que no todo es tan maravilloso como parecía, ninguno se arrepiente: todos dicen que lo volverían a hacer. Y todos argumentan lo mismo: la pésima situación que vivían en Marruecos”, aclara.

Candón resalta que, según los testimonios recabados, la etapa inicial es la más dura para los adolescentes: el tiempo en los centros de menores, la espera y la adaptación al nuevo país, aunque una vez superada, las oportunidades de futuro se multiplican para todos ellos.
Sobre los peligros y la falta de control en cuanto a las redes sociales y la difusión de según qué vídeos, el profesor de la Universidad de Sevilla admite que es un debate complejo, aunque deja claro que “nunca se puede caer en la censura” y destaca que, a pesar de los peligros, las plataformas digitales también exponen aspectos positivos para los migrantes y difunden información útil que genera la conexión directa con una determinada comunidad y el apoyo que todo joven necesita cuando llega solo a un país desconocido y comienza una nueva vida.
P: José Ignacio, lo primero que quería preguntarle es hasta qué punto las redes sociales son hoy importantes o funcionan como motor para que niños marroquíes decidan venir a España o a Europa.
R: Las redes sociales muestran una realidad que existe fuera de ellas. El Estrecho de Gibraltar es la frontera más desigual del mundo y eso se une a la mala situación que viven muchos jóvenes en Marruecos. A través de las redes pueden ver, aunque sea de forma idealizada, la diferencia que hay a solo unos kilómetros. Como todos los adolescentes, idealizan la vida en España y se dejan influenciar por esas imágenes. Pero la base es la situación de pobreza, falta de expectativas y ausencia de futuro en la que viven.
P: Aquí en España, a nivel político, el “efecto llamada” siempre se ha demonizado, sobre todo desde la ultraderecha. Pero leyendo su trabajo, parece que algo de efecto llamada sí surge cuando los chavales muestran lo maravilloso que es España en sus vídeos.
R: El “efecto llamada” es un fenómeno complejo y reducirlo a una sola causa es un error. Lo que existe sobre todo es un efecto huida. Los jóvenes son conscientes de los riesgos, como explican en las entrevistas. Aunque descubran al llegar que no todo es tan maravilloso como parecía, ninguno se arrepiente: todos dicen que lo volverían a hacer. Y todos argumentan lo mismo: la pésima situación que vivían en Marruecos. La migración no se limita a Marruecos, también llega del África subsahariana, de países en conflicto donde literalmente se juegan la vida. Migrar hoy, en fronteras militarizadas, no es comparable a la emigración española a Alemania en los 60. Achacarlo solo al “efecto llamada” o a las mafias es simplificar: esas mafias existen porque hay miles de personas desesperadas que buscan salir.
P: ¿Qué tipo de imágenes circulan en esos móviles para que los chavales sientan ese impulso tan fuerte? ¿Son fiestas, lujos…?
R: Son adolescentes y anhelan lo mismo que cualquier chaval español: futbolistas, cantantes, ropa, chicas, fiestas. La diferencia es que en Marruecos muchos de ellos ni siquiera pueden soñar con una vida medianamente digna. No son ingenuos: saben que no todos van a ser estrellas del fútbol, pero allí sienten que no hay ninguna posibilidad. Las redes refuerzan esa aspiración, aunque no son la causa de la migración. Al final hablamos de chavales de 14 o 15 años que sueñan con otra vida.
P: Pero muchos al llegar se decepcionan. En Ceuta, por ejemplo, con la sobreocupación de los centros de menores, un chico que viene con aspiraciones acaba en una nave con 200 o 300 chavales… imagino que la decepción empieza desde el primer momento.
R: Sí, ellos mismos describen esa etapa inicial como la más dura: el tiempo en los centros de menores, la espera y la adaptación. Después, aunque la realidad no sea el ideal que imaginaban, empiezan a ver alternativas. Incluso en una situación precaria, sus oportunidades se multiplican respecto a Marruecos. Aunque acaben en empleos muy informales, como vender en semáforos, para muchos sigue siendo mejor que lo que tenían allí. Y lo importante: ninguno se arrepiente. Eso muestra que las causas son estructurales.
Además, no son solo las redes. Ya pasaba antes con la televisión y hoy influye mucho la imagen de los retornados en verano, cargados de bienes. Esa imagen del inmigrante triunfador, que cada año vemos en la Operación Paso del Estrecho, también refuerza el imaginario.

P: Eso me ha parecido muy interesante. Nosotros lo vivimos cada verano en Ceuta, pero nunca lo había visto recogido en una investigación: los migrantes que vuelven mostrando un nivel de vida que antes no tenían.
R: Exacto. Y debemos afrontar el fenómeno migratorio de la forma más humana posible. España necesita mano de obra inmigrante. Antes, en los 80, los marroquíes solo pasaban por Cádiz rumbo al norte de Europa. Hoy, con una economía más próspera, se quedan porque hay trabajo. Ese es el verdadero “efecto llamada”: la oferta y la demanda laboral.
El problema es que la marginalidad crea conflictos. No puede ser que llamemos “menas” a los menores de forma despectiva o que se repitan casos de prostitución en centros tutelados por el Estado. Ningún padre permitiría eso. Si tratamos así a esos jóvenes, generamos los problemas que después usamos para estigmatizarlos.
P: En su trabajo también aborda el mito del “migrante triunfador”. ¿Puedes explicarlo?
R: En redes —y antes en otros medios— la gente muestra siempre su mejor cara. El “migrante triunfador” es quien logra mejorar su vida, y eso es real: la mayoría, tras un tiempo, vive mejor que en Marruecos. Pero nadie enseña sus momentos de debilidad o fracaso. Eso pasa en todos los ámbitos: las vacaciones parecen siempre paradisíacas porque nadie sube fotos de los atascos. Así también funciona con la migración: hay una mitificación, pero no significa que sea falso que muchos logren una vida digna.
P: ¿Tienen miedo al fracaso? A esa presión vecinal o familiar de que otros triunfan y ellos no.
R: Sí, sienten miedo y presión. La sociedad marroquí es más tradicional y sigue vigente la figura del hombre proveedor. La mayoría de los migrantes son chicos porque cargan con esa responsabilidad. Pero muchas veces emigran desobedeciendo a sus padres, incluso escondiéndose. Ninguna madre quiere que su hijo arriesgue la vida en el Estrecho. La presión es más social y grupal que familiar.
P: Nosotros aquí vemos cada año decenas de cadáveres en la costa. Este año ya van 31 cuerpos recuperados por la Guardia Civil ¿No les cala ese riesgo?
R: Sí les impacta, pero son adolescentes. Como todos a esa edad, creen que a ellos no les va a pasar. Piensan que se van a comer el mundo. Algunos llegan con traumas por haber visto morir a compañeros, pero aun así prevalece la idea de que en Marruecos no tienen nada. Como dicen ellos: “en Marruecos me muero de asco”. Los muertos se convierten en cifras y se olvidan, ellos no publican en redes. Mientras que los que llegan vivos muestran lo positivo a través de las plataformas. Eso genera un sesgo de confirmación: cala más la imagen de éxito que la tragedia.

P: Para terminar, ¿qué evolución ve a este fenómeno? ¿Cree que debería haber algún control sobre los vídeos y tutoriales en redes que explican cómo migrar?
R: Es un debate complejo. Las redes son un medio de comunicación y controlarlas puede llevar a la censura. Lo que sí sucede es que, dominadas por intereses privados y algoritmos que buscan atención, refuerzan la polarización y la difusión de contenidos espectaculares.
Pero también cumplen un papel positivo: permiten a los jóvenes, una vez en España, conectar con su comunidad, acceder a información útil y encontrar apoyo. La migración siempre ha funcionado por comunidades. Hoy las redes refuerzan esa lógica.