José María Béjar: confesiones de un cura casi centenario
ENTREVISTA- JOSÉ MARÍA BÉJAR, HISTÓRICO PÁRROCO, ROMPE SU SILENCIO
Controvertido, denostado y defendido a partes iguales, el mítico ‘padre Béjar reflexiona sobre su vida y su estancia en Ceuta en la primera entrevista que concede en décadas
- “Don José, lo primero ¿Cómo está usted?”. Respuesta: “Viejo y ciego, que he perdido la vista hace poco. Por lo demás, bien. Me levanto, voy a misa, vivo con mi hermana Rocío en una residencia de sacerdotes y paso los días. La entrevista me la mandas por correo ¿no?. la cabeza la tengo perfecta”. Quien haya conocido a José María Béjar Sánchez (Lucena, Córdoba, 1931) habrá reconocido en su respuesta los rasgos de una personalidad que le convirtieron en uno de los sacerdotes más criticados durante su casi medio siglo en Ceuta, pero también ganó una legión de seguidores que, a día de hoy “me llaman, prácticamente, todos los días; cuando no es uno es otro”.
Béjar hace años se retiró a una Casa Sacerdotal. La memoria la tiene intacta. “Somos 17 sacerdotes, los padres de uno y el hermano mayor de uno de ellos”, dice. Recuerda que “tras ordenarme como sacerdote en 1956, fui a una parroquia en San Fernando y vicario en Cádiz. Luego, el señor obispo me envió a Ceuta, a la parroquia de Villajovita. Fíjate que estaba construyéndose, y un año después ya estaba hecha la iglesia y la Casa Parroquial”, recuerda.
No sólo se siente orgulloso de eso: “Era un sitio de gente muy encerrada en sus casas, muy de señoras que miraban tras el visillo. Poco a poco, conseguí animar aquello. Hacíamos excursiones al campo, participaban en misa, hicimos los primeros belenes vivientes en Ceuta, que estaban en las Murallas Merinidas. La verdad es que fui muy feliz en Villajovita”.
Luego llegó el momento de ser el sacerdote de la Iglesia de África. “El cura me llamó y me dijo que no podía más, y que también Francisco Muñoz de Arenillas iba a dejar Los Remedios para irse a África o jubilarse. Yo quería irme a Los Remedios; notaba más protocolo y más relación con la política y las autoridades en África. Me gustaba más la comunidad de Los Remedios, era gente más sencilla, más humilde. Pero Arenillas se quedó en Los Remedios, y diez días después de la muerte de mi madre me convertí en párroco de la Iglesia de África”.
Algo le decía que no iba a ser fácil. Y esa intuición no le falló. “Nada más llegar, me encontré con un encierro de 225 personas reclamando casas. Evidentemente, no podía oficiar misa. Los oficios los trasladamos a la Catedral, mientras esas personas buscaban refugio en el templo de Santa María de África”.
Aquel encierro “duró cuarenta días. Yo no era muy partidario de echarlos desde primer momento, pero también era consciente de que aquello no era sostenible en el tiempo. Un día, el obispo me dijo que fuese a hablar con el comandante general, y lo único que le pedí es que el desalojo no fuera violento, ni a horas en que pudiera haber mucha gente viéndolo. Se hizo todo muy bien. Pese a ello, al día siguiente me encontré rajadas las cuatro ruedas del coche, pero son gajes del oficio”. Recordar que, en 1981, la figura del comandante general y el delegado del Gobierno eran la misma.
Luego vinieron otros años, los 80, que Béjar recuerda con un tono entrañable. “Venían muchos sacerdotes o seminaristas a hacer el Servicio Militar, y claro, lo que pasaba es que muchos acababan en la Parroquia de África ayudando en la misa y en lo que fuera necesario. Hice muchos amigos. El verano pasado, uno de ellos vino a la Residencia, empezó a hablar conmigo y cuando le dije quien era, se quedó sorprendido”, recuerda.
Volvamos a hablar de delegados del Gobierno. En este caso del penúltimo nombrado por Felipe González Márquez: Pedro Miguel González Márquez. Pese a la coincidencia en los apellidos y ser del mismo partido, nada tenían que ver el ex presidente y el. Del tarifeño -empleado de hostelería, cajero de banco y cercano a Alfonso Guerra- tiene muchos recuerdos. “Era muy simpático, tenía mucho don de gentes. Muy gracioso, la verdad. Se incorporó poco antes de la procesión de la Virgen de África y me dijo que la imagen no con el ‘pájaro’, como el se refería al águila que llevaba la Virgen de África en el manto. El creía que era el águila de Franco, y yo le explicaba que no, pero no había manera de que lo entendiese”.
Una mañana “estoy limpiando el camarín de la Virgen y veo un corte en el cuello del Cristo. Me reuní con Eduardo Gallardo, hermano mayor de la Cofradía, y con el delegado del Gobierno, para ver qué hacíamos. El delegado nos dijo de enviar la Virgen al Instituto de Restauración de Bienes Culturales. Yo se lo dije al obispo, y me dijo que si era la única manera, que adelante. Yo no tenía ni idea de restauración. Tras varios meses, pregunté y me dijeron que no había arreglo, que la talla de la Virgen de África nos la teníamos que traer y devolverla a Ceuta, pero sin procesionar. Empezó entonces una campaña que me dolió mucho: había pasquines y se insinuaba que a mi no me gustaban las cofradías, y que por eso yo, el cura, era quien prohibía la salida”, recuerda con amargura.
“¿Cómo iba yo a prohibir que saliera la Virgen de África?”
Una de las cosas en las que insiste José Béjar durante la entrevista es que “me dolió que me cargaran con el sambenito de prohibir que la Virgen procesionara durante cinco años. ¿Cómo iba yo a prohibir eso, que un pueblo se encontrara con la que considera su madre?. Ahí entraron una serie de problemas políticos, cofrades... Me llamaban a deshoras, me tiraban pasquines y hacían escritos. Fue doloroso. Un día, el obispo Dorado me dijo que si encontrábamos unos restauradores que garantizaran que la Virgen podría salir, adelante. Los buscó la Cofradía, y lo hicimos. Me encontré a algunos que en Madrid nos dijeron que no había nada que hacer. Pero esas insidias contra mí, ¿quien la compensa?”
“Si yo hubiese estado en Ceuta aquel día, tal vez los sucesos de El Ángulo no habrían ocurrido nunca”
Uno de los capítulos por el que más se recordará a Béjar será el de los sucesos de El Ángulo. “Había un grupo de ‘negritos’ como les llamábamos, y los tutelaba el cura de El Valle, Pablo. La verdad es que estaban dos o tres días, y se iban. Pero un buen día nos encontramos con que Pablo deja los hábitos y se casa con una mujer. El vicario nos reunió a todos los curas de Ceuta, preguntando quien se quería hacer cargo de ellos y todos nos miramos y guardamos silencio. Alguien, no recuerdo si incluso fui yo, cayó en la cuenta de que como estaban empezando a meterse en el Ángulo, la parroquia más cercana era la mía”.
Durante algún tiempo “fue curioso confesar en inglés o francés. Yo hablaba ambos idiomas, pero en todos los años de sacerdocio nunca habia tomado confesión en esos idiomas”.
La cosa, como sabemos, se va de madre. “Fui a hablar con Basilio Fernández, que era el alcalde de Ceuta, y le pedí que les pusiera agua en el Ángulo. El era reacio, e incluso me dijo que no en un primer momento. Luego le dije que si quería que en Ceuta hubiese un brote de sarna durante su mandato, allá el. El caso es que poco tiempo después había un grifo en el lugar, para que al menos esas personas pudieran asearse”.
El 11 de octubre de 1995 “yo no estaba en Ceuta. Había tenido una crisis de asma muy importante, y me dijeron que lo mejor es que me fuese unos días a un sitio al que yo asistía de cuando en cuando, una especie de balneario cerca de Ronda. La verdad es que me venía muy bien. Esa mañana, cuando ellos se levantaron y empezaron a tirar piedras contra la población, yo no estaba en Ceuta. De haberlo hecho, posiblemente podría haberlo evitado, haber mediado, como hice unos meses antes con la Policía a punto de cargar en la puerta del Ayuntamiento y los negritos en la esquina de la Catedral”.
De la ayuda que prestó “recuerdo que había gente desinteresada, que hablé también con los militares. Como muchos de ellos pertenecían a la comunidad parroquial, hicimos gestiones para que nos dejaran algo de la comida que no usaban los soldados. Así que todos los días, a las 13.00 horas, cogía mi coche o el de alguna persona que nos lo dejase e íbamos a los cuarteles. Había mañanas en que no sabíamos a qué cuartel ir. llamábamos todos los días y nos decían si les sobraban raciones de comida o no, pero con eso nos bastábamos. Lográbamos ropa de la caridad, tanto de donaciones individuales como de algunas asociaciones benéficas. Sentí mucha pena cuando me dijeron lo que estaba pasando en Ceuta, y decidí volver aquel 11 de octubre”.