El Sindicato de Estudiantes clama contra el acoso en las aulas

Sandra era una joven normal. De ella sabemos que era aficionada del Real Betis. Era una joven de catorce años. En las fotos, se la ve sonriendo al borde de esa etapa de la vida que es la adolescencia que a todos nos marca, en la que empezamos a ser hombres o mujeres sin olvidarnos de que fuimos niños. Sus padres, como cualquiera que se precie de llamarse así, quisieron lo mejor para ella: buscaron un buen colegio, (Irlandesas Loreto  de prestigio en Sevilla), y confiaron a ese centro la educación de la alumna, pero con el carácter de formación de la persona que llevan implícitas las aulas y las tizas. A Sandra, esa niña que aparece risueña en tantas fotografías que hemos visto en estos días, no le dará tiempo a que alguien le parta el corazón, a llegar una noche con una copa de más, a afrontar con ilusión sus estudios y a incorporarse al mercado laboral. Un buen día, no pudo más. Y como resaltan los expertos en suicidio, no quiso dejar de vivir. Quiso dejar de sufrir. Sus padres han denunciado al colegio al que entregaron una niña y que les devolvió una lápida en un cementerio, la certidumbre de que no se hizo nada o se hizo tarde y mal y una herida imposible de sanar. Su imagen es la última de una lista más larga de lo que debería soportar una sociedad decente. Paren un momento. ¿Cuantas 'Sandras' recuerdan ustedes?. Muchas. Más de la cuenta. En algo estamos fallando. Y desde hace muchos años.

Tal vez, el mejor titular sobre este tipo de informaciones no sea el que encabeza esta: piensa el firmante que, hace algún tiempo, Pérez Reverte volvió a ser el mejor a la hora de describir un problema aciago. Un problema que persiste. Por eso, la juventud salía a la calle este martes, convocada por el Sindicato de Estudiantes. No fue una concentración masiva, pero por algo se empieza. Un grupo de aproximadamente cien personas se concentraba frente a la Delegación del Gobierno para clamar contra el drama de la familia Peña. No faltaron, pese a que encajaban tanto como una piedra en un colador, diatribas contra el odio a los migrantes, críticas al asunto de las mamografías en la Junta de Andalucía, la financiación de colegios concertados, el aumento del presupuesto para Defensa o el problema de Gaza. No: no era el día. Hay otros 364 para manifestarse contra esas y otras cuestiones. Este martes era el día para que los padres de Sandra Peña supieran que, allende el Estrecho, su pena es compartida.

Sin embargo, al final llegó un testimonio desgarrador. Improvisado, fuera de discursos escritos para una concentración contra el bullying y que acabó en un alegato contra el auge de la extrema derecha y las políticas del PP. Adil Hamed dijo que "yo he sido víctima del bullying. Seguro que algunas personas de las que están aquí, también. Es más: yo pensé en suicidarme. Afortunadamente, salí más fuerte, y hoy estoy aquí. Por eso, quiero pedir a quienes sufran ese acoso que no se callen, que hablen, que pidan ayuda. A las administraciones, que actúen" para prevenir futuros casos Sandra Peña. Adil, el niño poeta que encontró en los versos de Cernuda la tabla de salvación para evitar tomar el camino más desesperado. Un joven más de tantos, como lo era Sandra. Como tantos otros que hicieron el viaje inevitable antes de tiempo, como tantos casos que pegan un pellizco en el estómago a quienes acompañamos a nuestra prole al colegio. Una serie de gritos contra una tragedia que no es cosa de niños ni de una sociedad de cristal. En efecto, el autor de Alatriste es tremendamente bueno diseccionando determinados problemas...

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