Las grietas de los Servicios Sociales: ceutí, con carrera y en la calle
Servicios Sociales
Omar duerme bajo techo gracias a Luna Blanca mientras encuentra un trabajo estable que lo saque de una situación jamás imaginada para él y ante la que el área competente no pudo hacer nada

Ceuta/ El 5 de septiembre quedó grabado en los recuerdos de Omar -nombre ficticio- como el día que sucedió “lo más grave” que le ha pasado “en la vida”: quedarse en la calle. Para el treintañero ceutí, graduado en Comunicación Audiovisual y con un nivel C2 de inglés obtenido tras una estancia académica en el extranjero, era impensable imaginarse sin hogar. Era viernes, así que debía esperar hasta el lunes siguiente para acudir a los Servicios Sociales en busca de apoyo. Una vez allí, tras pasar tres noches sintiendo cómo el frío de la playa se le clavaba como un cuchillo, le concertaron una cita para diez días más tarde. Pasar una sola jornada más a la intemperie le aterrorizaba. Cuando supo que en los bajos de Sidi Embarek residía una organización que no le niega la ayuda a nadie corrió hasta Los Rosales. “Si no fuera por Luna Blanca estaría en la calle”, lamenta y agradece a la vez el joven, que se atreve a contar su historia para rogar que Ceuta sea dotada de recursos de emergencia para situaciones así de extremas; para que se haga por fin realidad la promesa del albergue y que nadie más tenga que dormir en el Sarchal, el Chorrillo o la Ribera, como hace un mes tuvo que hacerlo él.
En el amplio abanico de prestaciones que la ONG Luna Blanca ofrece a las personas vulnerables no se encuentra el alojamiento, pero, dada la gravedad del caso, quisieron hacer una excepción con Omar. El chico, que prefiere mantenerse en el anonimato, es beneficiario del programa Téctum que financia la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales para ofrecer una atención integral -excepto hospedaje- a los ceutíes en situación de calle. El proyecto aspira a lograr la reinserción social y laboral de todos sus beneficiarios -alrededor de 20-. Es esa la meta de Omar, por la que cada día dedica su tiempo -el que le dejan libre los pequeños trabajos que le van saliendo- a hacerse con un contrato con el que pueda volver a permitirse pagar un alquiler.
“Desde que entré aquí -en Luna Blanca- me cambió la vida completamente. Crean una comunidad de personas que sí quieren salir de esta situación”, reconoce él sentado en una silla en un despacho de la sede de la ONG, donde conversó con El Pueblo de Ceuta un mes después del día más difícil de su existencia. Hasta llegar a su situación actual ha sufrido durante años el tormento de una familia desestructurada, con un padre ausente y un hermano con una enfermedad mental que va acompañada de delirios paranoides. Con este último convivió pese a las recomendaciones de su entorno más cercano, que, según su relato, le advertían de que vivir de nuevo con él podría "complicar las cosas". En la anterior vivienda familiar, la policía siempre era llamado para acudir por algún brote psicótico que sufriera su hermano, que terminó echándolo de su casa y dejándole en la calle.
Al presentarse por primera vez en las oficinas de Servicios Sociales, una trabajadora social “muy simpática” le ofreció un pañuelo para secarse las lágrimas que derramó por la “impotencia” que sintió al saber que le daban la cita para diez días después. “En diez días me podían haber robado y hecho de todo”, lamenta. Los tres días que pasó en la calle fueron “demasiado duros” para alguien con ansiedad y en tratamiento psiquiátrico. En aquellas jornadas contó con la ayuda de operarios de Amgevicesa, que le cargaron el móvil, le pidieron algo de comer y le dejaron lavarse en las duchas públicas. Pero a Omar le aterrorizaba la idea de volver a pasar otra noche sobre la arena.
Un amigo le habló de Luna Blanca, donde halló refugio durante la espera. Pasada la decena de mañanas se personó en las oficinas del área que compete a la consejera Nabila Benzina, ubicadas en Hadú. Se reunió con una de las coordinadoras, a cargo de valorar su caso. Tras una conversación “muy larga” donde vomitó todo su dolor, le dieron una cita para acudir al Banco de Alimentos a recoger comida. Nada de opciones de hospedaje. La Ciudad costea gastos en hostales para ceutíes que se quedan en situación de calle, pero no siempre se ofrece el alojamiento de emergencia como primera opción. Omar no fue de los afortunados. “No tenemos albergue, no hay nada”, le dijeron.
“Cuidar de mi hermano me ha llevado a un pozo muy oscuro de depresión”
La administración trabaja ahora en la posibilidad de hacerle beneficiario del Ingreso Mínimo de Inserción Social (IMIS), pero sus esfuerzos están centrados actualmente en la “búsqueda activa de empleo” que le permita reconducir su vida. Pero reivindica la necesidad de que la Ciudad se ponga las pilas y acelere el proyecto de construcción del albergue social, cuya existencia evitaría que ningún ceutí más tenga que enfrentarse a lo que ha vivido él. “Si de algo sirve lo que estoy contando que sea, por favor, para que pongan ya el albergue. Esto puede destrozar la salud mental de las personas. Y puede destrozar el bienestar de una persona que está en tratamiento”. Omar lidia con afecciones psicológicas desde que, al morir su madre en 2018, tuvo que hacerse cargo de su hermano.
El síndrome del cuidador
“Cuidar de mi hermano me ha llevado a un pozo muy oscuro de depresión, pero siempre voy a quererlo porque es mi hermano”, reconoce. Omar toma a diario cinco medicamentos para tratar la depresión y la ansiedad y para lograr conciliar el sueño. Desde hace unos dos años, consume 225 miligramos de Venlafaxina, la máxima dosis del antidepresivo; 50 de Tranxilium, un ansiolítico que le permite “estar estable todo el día”; 40 miligramos de Sumial para contrarrestar los efectos secundarios de las dos anteriores: temblores; y Dormodor, también para dormir, aunque asegura que no le hace “nada”.
Su estado de salud, que trata una psiquiatra del ambulatorio de otero, es consecuencia directa de todo lo sufrido. Lidiar con los problemas de su hermano ha supuesto un obstáculo a lo largo de su vida. Aun así, ha trabajado en multitud de empleos diferentes. Desde auxiliar administrativo hasta operador de cambio de divisas en Madrid. Omar consiguió el título de nivel C1 en inglés tras estudiar todo primero de bachillerato en el extranjero por un intercambio. Años después escaló hasta el C2, que, reconoce, le ha abierto “muchas puertas” en el mercado laboral.
Su vida comenzó a complicarse en 2018, con el fallecimiento de su madre. Quedó a cargo de su hermano, un año menor que él, ambos vivían en la casa familiar, que acabó “malvendiendo” porque, según relata, no soportaba seguir conviviendo de la forma en que lo hacían, debido a los brotes que sufría su familiar. “Yo sufrí un síndrome del cuidador muy grave. Cuando no pude más vendimos la casa”, cuenta. Fue saltando en alquiler en alquiler y de trabajo en trabajo hasta terminar aceptando volver a vivir con su hermano, en el piso que tenía alquilado éste.
Al llegar a la vivienda, la encontró en “una situación muy mala”. Él comenzó a ayudarlo con todas las tareas del hogar. A los días de estar viviendo con él, sufrió un brote psicótico “bastante fuerte”. Comenzó a amenazarlo con echarlo de su casa hasta Omar tuvo que llamar a la policía. No era la primera vez. De hecho, hay agentes que ya lo conocen, de cuando vivían en la casa familiar antes de venderla. Por ello, a sabiendas de la situación de su hermano, acudieron diez agentes al inmueble. Omar sufrió un ataque de pánico que lo condujo al hospital. Para cuando regresó a su casa, su hermano ya le había dejado todas sus pertenencias en la puerta. Sin saber adónde ir, tuvo que seleccionar lo imprescindible que cupiera en una mochila y un maletín, lo único que podía llevar en sus manos mientras caminaba por Ceuta en busca de ayuda. Tomó algo de ropa y el álbum de fotos de su madre. El resto lo encontró, días después, en el mismo sitio, lleno de orina.
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